CrónicaHistoria

Olas de fuego

A más de sesenta años del desastre, el guajiro sigue contento en su descanso bajo tierra; toda el agua del mar junta, jamás podría borrar con sus olas los cien fuegos de aquel nombre

El grupo de hombres llegó hasta el portal de la casa. El guajiro los recibió sonriendo nervioso. Uno de ellos llevaba un sombrero, el pelo le llegaba a los hombros. Enseguida el campesino se dio cuenta que era el jefe. Daba instrucciones a los demás y le alumbraba una sonrisa como un sol.

Al rato, cuando todos los guerrilleros estaban asentados, el del sombrero habló con el anfitrión.

Llevamos dos días sin probar comida alguna, guajiro. El ejército nos ha perseguido por todo este lomerío sin darnos tiempo a nada. Necesitamos que nos hagas algo. Te lo vamos a pagar como es debido.
Ya estaba avisado, compay. El hombre que usté mandó delante me puso al tanto. La comida está hecha. Pueden empezar a comer cuando usté disponga.

Ya todos estaban comiendo. Hacían bromas, se les veía más tranquilos. Parecían niños en una fiesta. Pero el jefe era el que se advertía más contento. Siempre con aquella risa brillante a flor de labios.

El guajiro se le acercó y le dijo:

Para usté hay algo especial. Se ve más cansado que el resto de los muchachos. Mire, cómase esto y que la aproveche.

El del sombrero extendió las manos para llegar al plato. Lo sostuvo por un momento observando el contenido. Sonrió y le dijo en tono suave y amable al campesino.

Carajo, guajiro, te la gastaste toda. Esto es arroz con pollo ¿no?
Sí, espero que le guste.

El jefe del grupo le dio unos toques en el hombro al guajiro. Asintió con la cabeza, en señal de comprensión ante el humilde gesto del señor.

Gracias, guajiro, eres un hombre bueno- Se levantó y caminó hasta donde estaba el caldero con la comida que se le estaba sirviendo a la tropa y dijo riendo- arriba, señores, arroz con pollo para todos.

Vació el plato con su contenido dentro del caldero y revolvió con una enorme pala de madera la comida. Entonces sacó un poco y se sirvió.

Sírvete, guajiro, vamos a comer juntos, chico.

Al oscurecer abandonaron la hacienda. El guajiro los despidió al borde del camino. Distinguió en la oscuridad el rostro del jefe con sombrero diciéndole adiós. Lo vio sonreír y sintió que se iluminaba la noche.

Unos años después, los perseguidos de aquel día entraron en el reino de los vencedores. El guajiro lo supo y pudo ver por todas partes la imagen de aquel tipo que lo visitó. Ahora su amigo había entrado en la leyenda y eso lo hacía sentirse orgulloso.

Un 28 de octubre del año 1959, el guajiro lloró hasta el cansancio con toda la risa rota en sus recuerdos. Cuba, en cada latitud de su geografía y más allá, era una noticia mala; el muchacho del sombrero, con apenas veintisiete años, en la flor de su existencia, había desaparecido sin dejar huella. Subió a un avión que tenía como destino un aeropuerto de La Habana y aterrizó definitivamente en el corazón de todo un pueblo.

A más de sesenta años del desastre, el guajiro sigue contento en su descanso bajo tierra; dejó este mundo convencido de una cosa: que toda el agua del mar junta, jamás podría borrar con sus olas los cien fuegos de aquel nombre

Mostrar más

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba