Por: Luis Hidalgo Ramos
De lo mucho que debe la literatura cubana a Nersys Felipe, no solo son responsables el talento natural, la vocación desmedida de la autora y sus ansias por beberse, a tragos de ojos, todos los libros que, desde la niñez, alcanzaron sus manos, como si hubieran sido ellos tinajones de agua a la vera de un sediento caminante.
De lo mucho que le debe el acto escritural de Cuba a la creadora de “Cuentos de Guane” y “Román Ele” es irrevocablemente culpable la radio.
La maestra de música y titiritera, nunca mejor definida, fuera y dentro del arte, que por las palabras profundidad y sencillez, no pretendió encumbrarse pero, perfeccionista desde la célula más honda hasta la epidermis, los libretos que componía, peldaño a peldaño, forjaban la escalera que la elevó a la dimensión de monumental escritora.
Y es que la literatura y el medio radiofónico tienen la palabra como raíz: en ella, para el deguste de las miradas; en él, para el deleite de los oídos; en ambos para desatar la imaginación, desgranar imágenes y desembarcar en los amenos puertos del saber.
Desde el guion primigenio, Nersys adentró al lector-escucha en las más afamadas narraciones. Gracias a su tino bien cultivado eligió historias humanistas y aleccionadoras, útiles y necesarias para también cultivar al ingenuo perceptor. Sin embargo, nunca se trató de un remedo, sino de un nuevo parto, de una legítima creación que, con menos o más libertad, transformaba los modos de los autores establecidos en una obra renovada.
Los clásicos universales y cubanos se acomodaron al molde de su prosa y emergieron, de la página al dial, perfilados por las manos de quien honra el papel iluminador de la literatura radiofónica.
Basta escuchar uno de los dos capítulos de la mini-serie “Papobo y alguien más…” para descubrir la maestría dramatúrgica de Nersys. Simbiosis del cuento “Papobo” con época, locaciones y personajes de la novela y zarzuela “Cecilia Valdés”… la dramatización consiguió el Premio al Mejor programa de su tipo en el Concurso Tesoro de la UNEAC, en la Isla de la Juventud y premios provinciales y nacionales en el Festival de la Radio.
Sin violentar las fronteras, normas, leyes, dogmas, convenciones y reglas de lo conceptualizado como estrictamente radial, la escritora produjo aquello que también debe ser un texto concebido para la sonorización: técnica arraigada en lo genuinamente literario.
Pero también en sus libretos, gemelos a los surcos verdes que en Guane, de niña, la llevaron a navegar en barcos de fantasía tabacales adentro, iban en fila y hermanados, los renglones de relatos, fábulas o cuentos originales que amalgamó, con el ímpetu y naturalidad de las corrientes del Cuyaguateje.
Así generó su estilo narrativo. Ese que, apreciado raigal, único, emocionante y auténtico, le confiere reconocimiento de toda la nación. Radio y literatura, sin ser lo mismo y a la vez siéndolo, resultan en ella hueso y carne, pulmón y oxígeno. De tanto estudio autodidacta, de tanto incitar su repetición, su praxis… Nersys domó el discurso de los libros y de los radialistas por igual, hasta cristalizarlos en legado mediante la singularidad de su pluma.
El Concurso Caracol, después del Premio “Casa de las Américas”, encontró en “Román Ele” un guion merecedor del lauro a la mejor obra de su tipología. El libro, en la adaptación radial, había sido reescrito a modo de noveleta y si se le analizara con valentía y justicia podríamos atribuirle, sin temor a errar, la condición de “clásico para niños” en el universo radiofónico cubano, como lo es, en el campo literario, el texto original.
Concluida la puesta para adolescentes y jóvenes, se alzó con premios en diversas categorías, desde los certámenes provinciales y nacionales de las emisoras cubanas y no faltó el galardón a la Mejor Musicalización, brindada por el certamen “Antonio Lloga in memoriam”, de la Asociación Hermanos Saíz en la provincia de Santiago de Cuba.
En este punto es importante exponer que la vocación musical de Nersys Felipe le impide escribir sin que visualice la hoja en blanco como un papel pautado al que se le deben incorporar los signos de una partitura. Aunque el montaje es misión exclusiva y obligatoria del director, la autora, con extremo respeto, pero con total lucidez, traduce las voces de mando en narraciones tan perfectas y hermosas como si fueran a ser oídas por los radioescuchas.
Esto que se entiende en la interioridad ejecutiva del dramatizado como “acotaciones – lenguaje técnico – sugerencias directrices…” en Nersys surte el efecto de otro ejercicio intelectual nutricio para el equipo de realización al que intenta hacerle comprender sus coordenadas mediante – y una vez más – el uso perfecto de los vocablos. Ni siquiera en estas zonas del libreto en las que un autor puede olvidarse de la belleza del lenguaje y de los tropos poéticos, Nersys Felipe renuncia a la sutileza de sus dones.
Por otra parte, desde los libretos pioneros, la artista de las letras quería dialogar con los niños acerca de un tema y a vuelo de caprichosas musas lo abordaba en versos. “Las tardes infantiles” de la planta provincial Guamá nacieron de soplos de duendes y duendas entre rimas sobre hojas en las que asomaban trazos insipientes y nerviosos, tachones, párrafos emborronados, reescrituras… y la obsesión de lustrar hasta el infinito en busca de lo que solo puede obtenerse de ese modo: la poesía.
Después, poemas, personajes y relatos, una vez más corregidos obsesivamente, conquistaron premios literarios y arribaron, como olas refrescantes y a la par frutas sanas y nutricias, a las miradas de los alumnos de la enseñanza primaria en el archipiélago cubano. Y todo nació en la privacidad de un hogar y en el laboreo de un estudio radial.
Lo plasmado hasta aquí, es sólido sustento para admitir que si la literatura impresa cubana tiene un paradigma en Nersys Felipe, también lo tiene en la prestigiosa pinareña, la literatura sonora o radial de la isla, en tanto ha sido Nersys matriz de modelos de textos paradigmáticos, algunos de ellos publicados por la Editorial En vivo de la Radio y la Televisión Cubanas a través del libro “Román Elé y otros relatos…”
Sin embargo, no es esta la única gloria atribuible a una artista versátil que, al poseer un talento especial, lo encausó, sin poder evitarlo, por zonas diversas, aunque no siempre bien enfocadas y reconocidas, desde todos los planos, con justeza.
Nersys ha revelado, en no pocos sitios y ocasiones, su encantamiento y matrimonio prematuro con la creación radiofónica. No obstante, tal embrujo y consorcio – tal vez ensombrecidos por la fascinación y el maridaje puramente literarios – también en no pocos sitios y ocasiones han sido subestimados, a pesar de que, en la vida real, nunca fungieron con sutileza, sino con un esplendor que atrajo a generaciones de radioescuchas.
En la subestimación no solo ha influido la modestia colosal de la protagonista, sino la visión centralizada en los predios capitalinos que, desgraciadamente y muchas veces, desconoce al creador cosido a las raíces de la territorialidad, aunque su hacer tenga dimensiones nacionales.
Debían entonces subirse al mismo pedestal la escritora y la actriz: esa mujer camaleónica que a golpes de interpretación, a la usanza del teatro, ganó el alago de “larga” por sus desdoblamientos. Dúctil criatura de escena sonora, aunque de infancia adoctrinada en convento, se desvistió corajuda frente al micrófono y lució todos los linajes: la dama y la criada, la asesina y la víctima, la bandida y la honrada, la jueza y la reo, la casta y la ramera…
La voz de Nersys se aferró a la virtud de las orquestas: poseía ella todas las cuerdas en sí misma: Flauta en cabriola de Alondra para afinar segura lo más alto de un agudo en la risa de una niña, violín arremetiendo contra el arrecife en el aluvión de latidos desde el pecho de la más joven y fiel amante o el bajo aquejado y oscuro del llanto de una anciana. De la comedia al drama, de la tragedia a la farsa, no hubo género ni formato que la limitara.
En un periodo de su carrera, algunos quisieron encerrarla en el no menos amplio, complejo y rico trabajo narrativo y actoral destinado a infantes. Y no era para menos.
Cuando en Cuba se nombren las mejores narradoras radiales: esos femeniles timbres que, como espadas esgrimiendo el dominio machista, se impusieron en la descripción a modo de certeras cámaras televisivas, habrá un sitio prominente para Nersys.
La pinareña logró el temperamento requerido para perfilar, con la delicadeza de un pincel, en el despliegue de todo un lienzo por el dial. Con vocablos limpios, hasta donde se pueda admitir la más cabal definición de limpieza, fotografiaba parajes infinitos, objetos en la maquinación de un escenario, reales o ilusorios personajes y acciones sencillas o complejas hasta indagar en el alma y también sacar a flote la imagen de la conmoción. En el espacio “La Edad de Oro” fungió impecable y sin alardes, expuso lo que pocos saben exponer: la naturalidad del tecnicismo.
No hubo personaje infantil que se le resistiera: No hubo liebre, fantasma, gata, serpiente, princesa, bruja, saltamontes, ballena, abuela, rosa, niño o niña desobediente o de buen comportamiento… y cuanta criatura, animada o inanimada, pueda fantasearse, que se librara de su garganta.
De su boca y en la misma escena, podía salir un manojo de voces. La última versión de “Román Elé” facilitó la coincidencia de roles. Nersys narradora y a la vez mujer adulta en la piel de la niña rica Cruz María, iban a duelo cada rato con más dominio, en cada acto con más sorprendente habilidad.
También animó “La Escuela del aire”: el espacio más antiguo de la Radio Cubana y en el escenario del Estudio Teatro de Guamá, en vivo frente a las ovaciones, como arreglista y profesora, armonizó las voces de los niños, elevando las alas blancas de su corazón a otra virtud: la de directora coral.
Así consiguió los sueños de multitudes de impúberes. Pero no se detuvo, inatrapable en cuerda alguna… y más capacidad demostró.
En el occidente, la escena radiofónica cubana poseyó, como frutos sanos desde los surcos originarios del Cuadro Dramático de Guamá, tres incuestionables femeniles joyas: Aurora Martínez, IsoraLlanes y Nersys Felipe. Quien las escuchó juntas, siendo experto o no, presagiaba fácilmente que aquella labor deslumbrante era la juntura de tres academias.
Y nos urge aclarar que el orden no guarda relación con jerarquía alguna; en el firmamento actoral radiofónico, desde estilos y umbrales distintos, se desbordaba por igual el brillo de cada estrella, al parecer aleccionadas en la misma escuela: la de una recia disciplina y profesionalismo.
Nersys particularmente, era soberana de sutilezas y matices. De su tono central: cauce perfecto para el redondeado color de voz, resbalaba – pez rumbo a profundas aguas – y se lucía diestra en los graves. Igual de virtuosa saltaba a los cielos sobre el mar y fulguraban sus agudos – aletas ensartadas por el sol.
Señalizaba los tonemas en el tempo preciso de un compás, dándole sentido rítmico a la enunciación. Dividía las frases y las dotaba de latidos en la expresividad del sentimiento y la motivación del personaje y le brotaba la entonación como una melodía que, previamente, había reflejado mediante distintas alturas de las sílabas del guion.
Siempre ensimismada, hurgó sin cansancio en la memoria emotiva stanislavkiana y muchas veces contagió la interpretación con los pasajes de su vida: “Un pueblo de piedras azules”, radio novela original de Josefina Martínez, le deshojó el corazón frente al micrófono y como en otoño se desgranan los árboles, el alma de los oyentes, de maleza estremecida se tornó en aplausos y más tarde, durante la primavera de los lauros, en rosas de popularidad.
Joaquían Cuartas le encargó la Aurelia del drama “La balada del recluta” y Nersys literalmente la bordó en los conmovedores monólogos de una anciana que probaba el frío brebaje de la soledad.
Por otra parte, pareció clarín en la manigua al coserse a la tez de la patriota Isabel Rubio… canto, presagio, dolor y lágrima desde el alma de María Antonia, hermana de Pedro Junco, en la novela “A la luz del amor”, de Julio Puente Mujica… o estratega, certeza y absoluto control en el tono policial de la serie “Operación secreta”, cuando Pinar del Río, en cada latitud, se daba al silencio y solo era permitido surcado a las peripecias e historias nacidas de las bocinas radiales.
Araís, la india amantísima, flor silvestre en el campo autoral del maestro Daranas, se ajustó a las cuerdas vocales de Nersys Felipe como el anillo esperado por la falange de un corazón. Una también expectante provincia casi entera suspiraba a la sombra de Guaitabó quien, en la aventura desesperada de su pecho romántico, hacía de su mujer la máxima expresión del romanticismo.
Pero tampoco Nersys se contuvo en la horma actoral. Aquellas tardes de “Recuerdos”, cuando el genial director y guionista Humberto Rico, a la vera de un reproductor de agujas viejas, desempolvaba divinas antigüedades musicales, perpetuaron a Nersys Felipe y Jesús Padrón como locutores-amantes en el imaginario popular. Sus voces, con una magia solo semejante a la armonía de Clara y Mario en el pentagrama, dieron lecciones en la interpretación de los diálogos.
Con suma destreza y personalidad Nersys también identificó la planta provincial pinareña, grabó menciones y promocionales, condujo programas diversos y sentó cátedra en una de las labores que ubicó entre las más complejas: la locución.
¿Los premios? Todos los posibles llegaron a sus manos. También los sugeridos improbables, dentro y fuera de las fronteras provinciales. Pero más que el valor atribuible a ellos, Nersys Felipe dejó en la historia radial cubana del occidente, los tesoros perennes de una, por constante y concluida, bien sedimentada obra.
No es ella solamente la diestra y espléndida progenitora de versos y relatos para niños que, peldaño a peldaño, por talento y vocación desmedida, tras beberse, a tragos de ojos, todos los libros que alcanzó, pudo subir a la cúspide de la literatura nacional.
Es también la cultora versátil que con idéntico lustre, en versión femenina de Midas, sentó en la cima del éxito la prenda de sus dones para la radio: arte irrevocablemente responsable de la excesiva luz en sus caminos.