Cuando pronunciamos o escribimos su nombre, Vilma renace en la evocación y en el recuerdo colectivo como la encarnación misma de la bondad hecha mujer, el brazo derecho de Frank, la intrépida guerrillera junto a Celia, la líder incansable al lado de Fidel, la compañera de batalla y de vida de Raúl, el símbolo de la organización femenina de Cuba
Pudo haberse conformado con la belleza, la inteligencia y la comodidad material que heredó desde la cuna y, sin embargo, la esencia que la habitó siempre fue la de su hondura humana, la entereza de su personalidad, su afán creador y esa capacidad tan suya de hacer parecer sencillo lo extraordinario.
Pudo vivir como «princesa» y escogió ser rebelde; pudo darle la espalda al dolor ajeno de los sin nada y, sin embargo, prefirió hacerle frente a la opresión que sufrían los pobres de su tierra, con quienes se propuso «echar su suerte».
Pudo, incluso, haber brillado con el solo hecho –transgresor para su época– de convertirse, como lo hizo, en la segunda cubana graduada como ingeniera Química Industrial, y, sin embargo, su verdadera luz se esparció en cada acto heroico, temerario, en la clandestinidad o en la Sierra, y en cada obra en Revolución, propulsada por su ímpetu justo y protector.
Por eso, cuando pronunciamos o escribimos su nombre, Vilma renace en la evocación y en el recuerdo colectivo como la encarnación misma de la bondad hecha mujer, el brazo derecho de Frank, la intrépida guerrillera junto a Celia, la líder incansable al lado de Fidel, la compañera de batalla y de vida de Raúl, el símbolo de la organización femenina de Cuba.
Respetada como heroína y admirada como mujer, su incansable espíritu de trabajo le ganó, además, el cariño de un pueblo entero que, en su regazo, encontró el amparo para los niños huérfanos, el cuidado educativo para los pequeños de madres trabajadoras, la atención sensible a los jóvenes y la defensa más genuina de los derechos –devenidos constitucionales– de las mujeres cubanas.
A favor de ese proyecto emancipador alzó contundente su voz dentro y fuera de la Isla, convirtiéndose en un referente insoslayable, que late aún, con fuerza, en varias regiones del mundo.
En su tierra amada, su huella imborrable gravita en el quehacer de miles de mujeres que se levantan todos los días arropadas con la herencia de su estirpe para empujar hacia adelante la nación desde el surco, la enseñanza, la ciencia, la medicina… o desde cualquier trinchera en que se enfrenta hoy a la COVID-19.
Vilma se hace sentir también en la continuidad de un país comprometido con su legado, como lo refrenda la aprobación de un Programa Nacional para el Adelanto de las Mujeres, expresión de la voluntad del Estado para poner sobre la mesa los temas de igualdad de género, la eliminación de estereotipos y el empoderamiento de las cubanas.
Hoy, cuando su eterna casa, la Federación de Mujeres Cubanas, está de aniversario, la presidenta amiga nos vuelve a convocar con su caudal de sabiduría, sus valiosas enseñanzas, su sonrisa diáfana y su presencia vital.