Visitó el extremo más occidental de Cuba en varios momentos decisivos para el proceso revolucionario, pero el que cuenta mi vecina es poco conocido.
Visitó el extremo más occidental de Cuba en varios momentos decisivos para el proceso revolucionario, pero el que cuenta mi vecina es poco conocido.
Cuando supe la historia mis ojos se llenaron de nostalgia.
Estaba iniciándose en los trajines de la Revolución, era el año 1953 y su personalidad ya irradiaba respeto, admiración y esperanza.
Me contó Gladis Lamas que el día en que entró a su antigua morada, situada en Río Verde Sur, hogar de sus suegros Luciana Cabrera y Antonio Machado, lo acompaba Juanito Sosa quien había sido compañero de aula en la universidad y a su vez, el hijo de Juan Sosa administrador de una arrocera que, en aquel contexto histórico, se asentaba al este de donde está hoy edificada Ciudad Sandino.
El encuentro se produjo de forma casual, como costumbre del campo cubano se le ofreció agua y café. Con el paso del tiempo cuando se supo de su incalculable valor para la historia Patria, Gladis guardó la tasa en la que Fidel Castro Ruz, tomaría el café y aún hoy es conservada como agradecimiento al hombre justo y leal que siempre fue.
En una vitrina se puede observar el histórico objeto celosamente protegido que con orgullo muestra a todo visitante. Es la herencia revolucionaria que legan Gladis y su esposo Lilo a sus descendientes, expresión de compromiso y lealtad a la Revolución y al invicto Comandante en Jefe.
Raisa Díaz Miranda