El Generalísimo, impactado por la mirada de aquel niño, tuvo una premonición y se la dijo: “Tu vida tendrá luz plena de mediodía”.
Cuentan que a los tres años de edad, Rubén Martínez Villena viajaba junto a su padre en un tren al que subió Máximo Gómez. El Generalísimo, impactado por la mirada de aquel niño, tuvo una premonición y se la dijo: “Tu vida tendrá luz plena de mediodía”.
Años después, convertido en un hombre con rostro de poeta y mirada oceánica, el pequeño del tren se había transformado en un bravío combatiente por la justicia social que dirigió, casi agonizante y con sus últimas fuerzas, la huelga general y la marea revolucionaria que derribaron al tirano Gerardo Machado el 12 de agosto de 1933.
Rubén Martínez Villena nació en la localidad de Alquízar, relativamente cercana a La Habana, el 20 de diciembre de 1899. En 1923 Villena fue el líder de la llamada Protesta de los 13, realizada por un grupo de jóvenes valientes el 18 de marzo de ese mismo año. Encarcelado ese día por desacato y ofensa, desde la cárcel compuso el Mensaje Lírico Civil. El mismo poema patriótico cuyos versos más encendidos fueron recordados por el líder de la Revolución, Fidel Castro, el 26 de julio de 1973. Allí se reconoció a Villena como uno de los protagonistas de la única Revolución cubana desde Demajagua.
Más allá del verso y la prosa este joven Revolucionario dejo su huella en el área política de su tiempo. El 1927 fue un año muy importante para él, pues en este se incorporó al Partido Comunista de Cuba, fundado dos años antes por Julio Antonio Mella y Carlos Baliño. Dirigió en marzo de 1930 una huelga general que paralizó el país por 24 horas, ya como dirigente de la Confederación Nacional de Obreros de Cuba.
Al saberse enfermo de tuberculosis pulmonar y sin una cura que lo aliviara de ese mal, entregó sus últimos aportes a la causa de los humildes, por los humildes y para los humildes. Organizó y dirigió la huelga general revolucionaria, que derrocó a Machado casi con los tormentos de la agonía.
Asiste en diciembre a su última reunión antes de ser recluido en el Sanatorio La Esperanza, donde falleció el 16 de enero de 1934. “Mi vida, una semilla en un surco de mármol”, había dicho el Rubén adolescente en un poema romántico. Raúl Roa, con devoción, puso ahí la expresión más certera: “Su vida, una semilla en un surco de fuego”.