Familia y educación, claves contra el caos
Nadie tiene derecho a molestar a otras personas. Las sociedades de este siglo XXI sufren constantemente ataques vandálicos.
El vandalismo tiene su gen en la indisciplina social y es como un cáncer que cuando llega a ser metástasis se convierte en una anarquía, algo incontrolable pues comenzamos a convivir con ella hasta que logra total impunidad, es decir, se traduce en el vulgar y peligroso sálvese quien pueda.
Pero nuestro modelo de sociedad requiere imprescindiblemente de la disciplina y del orden. Resultan inaceptables las manifestaciones que intentan abrirse paso cada vez en la vida de los sandinenses como las carreras de las conocidas arañas en principales vías de la ciudad en horas de la madrugada o en la tarde noche que molestan e interrumpen el sueño y ponen en peligro la vida de cualquier transeúnte o simplemente la música alta en un edificio o en un kiosco de cuenta propia en horas de la noche o la falta de caballerosidad. Son hechos que sin lugar a duda flagelan la tranquilidad ciudadana.
No es poco el deterioro que provoca la indisciplina de quienes tienen la misión de servir a la sociedad una mala respuesta en una tienda, una cafetería, un policlínico, un servicio que dejamos de dar para obtener un beneficio personal y no social. Irrita al igual que desmoraliza la penosa costumbre de pedir o aceptar dinero a cambio de algo que, sencillamente debemos hacer como parte de nuestro deber.
Vital en este combate es la familia. De sobra conocida es la frase de que la educación comienza en la cuna y termina en la tumba, sin embargo el ejemplo perdura y ni la muerte es capaz de borrarlo. Una vida de enseñanza de buenas acciones no termina jamás. Se escucha mucho también que los hijos se parecen más a su tiempo que a sus padres, pero somos los padres los que tenemos la obligación de guiarlos para que puedan actuar de acuerdo con el momento que les toca vivir.
Nadie nace indisciplinado ni vándalo. Hoy una indisciplina, un hecho vandálico, es un ataque a la paz, a las aspiraciones personales de nuestros hijos, a la tranquilidad con que nuestras abuelas conversan en los parques o en los mercados, en fin, es una afrenta a la Revolución. Y termino este comentario evocando al Martí de siempre y espero que la pongamos en práctica: «Extraordinaria es la grandeza del corazón cubano, haga cada uno su parte del deber y nadie puede vencernos.»