
Este 28 de enero se conmemora el 172 aniversario del natalicio de José Martí, prócer de la independencia de Cuba, cuyas obras y enseñanzas continúan siendo un faro de libertad y dignidad
Por Raisa Díaz Miranda
Elegancia y virtud, eso nos enseñó Martí. Quien no encontraba reparos en la humildad de los hombres y obsequiaba halagos a quien era de otros antes que de él mismo.
Prócer de la independencia de Cuba, su verbo claro y certero combatía lo mordaz y la inicua intención de los españoles y sus lacayos. Hizo de su voz un arma desafiante en busca de la libertad.
El autor de la revista La Edad de Oro cautivó en su prosa y verso el alma desafiante de los cubanos vilipendiados y sometidos. Una inteligencia cautivadora unía ideales, enseñaba propósitos, formaba cualidades y enrutaba el camino hacia la independencia.
Nada le fue ajeno, sus obras encendían el batallar luminoso y sus escritos enseñaban lo que se debía hacer por todos y para el bien de todos.
José Martí nació el 28 de enero de 1853 en La Habana. Nada fue más importante para él que la soberanía de su patria y con su grandilocuente visión alertó a los pueblos de América que se cuidaran del gigante del norte.
Llamó a hombres y mujeres a unificar voluntades, como la plata en las raíces de los Andes, y desde su posición de cubano valiente instó para la emancipación definitiva.
El apóstol convendría en que la patria es ara y no pedestal. Enseñó a todos sobre su lealtad, esa que enardece el deseo de amarla y protegerla.
Del Héroe Nacional de Cuba aprendemos todos los cubanos. La impronta de sus obras es hoy un acertado camino hacia la dignidad plena del hombre. El ardor de su entrega por el odio a la opresión hizo vibrar el sentimiento patrio y enseñó a los revolucionarios cubanos a que toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz.
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