¿Naturalizar el bloqueo? (+ Video)
El bloqueo existe. Nuestro deber humano es denunciarlo, luchar contra él de todas las formas posibles
Me uní esta semana al live de martes de Buena Fe, interesado por la relevancia del tema que allí se debatía. En la conducción, Israel Rojas.
Presencié un espacio mediante el cual, a través del ejercicio crítico y el intercambio de conocimientos, se tocaron los puntos cardinales del presente y el futuro económico cubano a partir del cambio de paradigma que se ejecuta en nuestro modelo.
Un criterio –manejado con cierta frecuencia, últimamente– permite avizorar el peligro potencial de creer que el bloqueo debe entenderse como algo irreversible y, a partir de ahí, comenzar a gestionar la economía cubana, o asumir que es una variable dada y que la mejor manera de combatir el bloqueo es no hablando más del bloqueo.
La naturalización de una política que viola derechos humanos, que, además, es extraterritorial, y que afecta desde la empresa estatal hasta la más sencilla de las iniciativas privadas, incluyendo el desarrollo de la Salud y la Educación, se asocia exactamente con los objetivos fundamentales que persigue dicha política desde su implementación. Aceptar tal naturalización sería como regalar el propósito.
La ultraderecha mundial cree que el embargo debe garantizarse, a pesar del costo humano que representa, en la medida que someta al modelo socialista cubano y le impida su desarrollo.
Es coordinante con esta meta, trazada desde los estratos del poder mundial, el escenario de naturalización que se propone. Que el día de mañana no haya más nadie reclamando por los miles de consecuencias que significa esta política para la vida de millones de cubanos, sería una derrota total para nuestro derecho a ser soberanos, sin barreras geopolíticas impuestas.
Callar los impactos del bloqueo sería actuar como la persona que calla cuando recibe violencia doméstica. Sabe que la violencia está ahí, busca la forma de revertirla, pero cuando pasa el tiempo y no se revierte, sigue callando. ¿Debemos dejarnos violentar impetuosamente?
Decidir si se escribe sobre eso o no, no va a eliminar los terribles daños del bloqueo sobre nosotros mismos. El bloqueo está ahí, sometiendo y golpeando.
Dedicarnos a resolver solo los problemas internos –no el bloqueo, porque es una realidad que no se puede cambiar– sería como dejar de reclamar por una puntilla que tenemos clavada en el pie, o un zapato encima de la cara, para, en cambio, buscar la forma de caminar con la puntilla clavada, quizá dando salticos para no pincharnos: una condición que no merecemos.
Si los tantos que han luchado contra el bloqueo, que han muerto denunciándolo toda su vida, hubiesen pensado en asumirlo con naturalidad; si así lo aceptaran todos los proyectos que desde Europa, América Latina y Estados Unidos denuncian el bloqueo; si Fidel hubiese partido con esa desesperanza; si esa fuera la perspectiva del profesor Carlos Lazo y de todos los que luchan desde Puentes de Amor; si el pueblo cubano aceptara esa quietud con respecto al bloqueo y dejara de señalarlo y denunciarlo en todos los escenarios… ¿qué sería de nosotros?
Dejaríamos así que, de aquí a un par de años, bloqueo sea no más una mala palabra que, quien la mencione, será visto como raro, anacrónico, como si su presencia no fuera cada vez más impactante. Sí, quizá la lucha sea idílica y utópica, pero, ¿dejaríamos de luchar por una utopía? ¿Es de revolucionarios eso? Comprendo perfectamente la parte de que el bloqueo se usa como una entelequia para justificar problemas que pudieran resolverse con dos movidas, pero hay muchísimas otras en las que ni con dos ni con cuatro, y ha habido que hacer más de 60.
También me parece un estigma eso de creer que desde el Gobierno todo se justifica con el bloqueo. Hay una obviedad –muy revolucionaria, por cierto–, cuya repetición no es un problema: hay mucho que hacer, a pesar del bloqueo. Pero ese siempre ha sido el camino de la Revolución. No otro.
El socialismo cubano y sus aspiraciones nunca se detuvieron por el bloqueo, y tampoco nos hemos detenido ahora. La Revolución siempre ha existido, y ha resistido, y ha evolucionado, y ha logrado la sociedad más justa de América Latina, a pesar del bloqueo.
Que deben dejar de justificarse errores con el bloqueo, es verdad; que hay que arrancarle la palabra de la boca cuando un funcionario la usa como justificación de su falta de innovación, es verdad (sobre todo, demostrándole por qué sí puede lograrse, incluso en estas condiciones económicas de bloqueo); pero son indescriptibles –y eso se sabe en el mundo entero– los miles de vericuetos que tiene que tomar la dirección económica del país para sortear el bloqueo y «echar pa’lante», sin necesidad de aplicar paquetes neoliberales y promover la desigualdad.
Presidentes y economistas del mundo se preguntan: ¿cómo lo logramos? Y más aún: ¿cómo lo logramos manteniendo grandes servicios públicos, altos estándares de desarrollo humano, subsidios, y sin tener niños muriendo de hambre en las calles o trabajando, o grandes masas de vulnerabilidad como las que hay en la región?
Pues hay una respuesta: no es de la nada. Cuesta a muchos reconocerlo, pero hay un trabajo tremendo del Gobierno en ese sentido, a pesar de los errores que se cometen, errores que hemos y debemos seguir identificando, porque no le compete solo a la dirección del país, sino a todos. Es una sola economía la que debemos desarrollar.
Es un estigma pensar que cuando mencionamos el bloqueo y lo denunciamos es porque queremos tapar nuestras goteras o porque no queremos resolver todo lo que pueda resolverse. Me parece tan peligrosa la idea del bloqueo como juez y parte de las ineficiencias, como la idea de que lo aceptemos y lo veamos como algo normal, cuando no lo es.
El bloqueo existe. Nuestro deber humano es denunciarlo, luchar contra él de todas las formas posibles: emprendiendo, innovando, buscando soluciones; pero también con carteles en la calle y publicaciones en Facebook, y con una comunicación atractiva que lo exponga como lo que es: el culpable principal de las carencias de cada familia y la barrera más grande para la prosperidad económica de cada uno de nosotros.
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¡Como el virus, el bloqueo asfixia y mata, y debe cesar!