El Faro Roncali reta al tiempo
Impasible, ya cercano a su cumpleaños 168 en septiembre próximo, el Faro Roncali constituye un símbolo de ese istmo del oeste cubano, y aún muchos atraviesan mares y desandan caminos para llegar hasta ese último palmo de tierra de la Isla.
Impasible, ya cercano a su cumpleaños 168 en septiembre próximo, el Faro Roncali constituye un símbolo de ese istmo del oeste cubano, y aún muchos atraviesan mares y desandan caminos para llegar hasta ese último palmo de tierra de la Isla.
Matizada por la virginidad, la leyenda y las riquezas naturales del entorno, la península, antes tierra olvidada, es hoy destino de cruceros, signo del desarrollo alcanzado en estos años, de lo cual también ha sido testigo el legendario faro.
Silencioso, desde su altura de alrededor de 30 metros, continúa enviando sus mensajes luminosos para la orientación del navegante que transita por aquella zona, antes refugio de piratas y corsarios.
Con vigilancia permanente, está considerado de primera categoría, al guiar anualmente a miles de embarcaciones que, procedentes de numerosas partes del mundo, recorren el Mar Caribe y el Golfo de México y, desde hace algún tiempo, a cruceros que trasladan viajeros hacia Guanahacabibes, reserva de la biosfera.
Buen estado de conservación
A pesar de superar el siglo y medio de existencia su estado de conservación es uno de los aspectos que más impresiona a quienes lo visitan. Su historia se remonta al lejano 1843, cuando la Junta de Fomento comenzó a levantar el expediente para la construcción de la farola, pero sólo cinco años después el capitán general Federico Roncali acogió la iniciativa.
Ya en enero de 1849 llegaron a la región los hombres especializados, el equipamiento y recursos imprescindibles para acometer la obra con los inconvenientes de aquel lugar inhóspito.
La mayoría de los esclavos fueron contratados a sus dueños teniendo en cuenta el grado de experiencia, pero hasta aquellos predios arribaron también unos culíes chinos, castigados por su rebeldía.
Aquella fuerza heterogénea acometió complejas tareas durante meses de largas jornadas y a partir de 1850 se laboró también en la edificación de la casa del torrero, que debía concluirse para la fecha de terminación del faro.
Un hecho trascendental para la navegación segura por el extremo más occidental de la Isla, lo constituyó la inauguración de la majestuosa torre el 15 de septiembre de 1850.
El aislamiento de la zona contribuyó a que durante la colonia y la república, los torreros y la guarnición estuvieran expuestos a agresiones por mar o tierra.
A casi 168 años de su ejecución, como el primer día, la mole de piedra caliza coronada por un fanal de cristal que se alza sobre el impresionante paisaje del Cabo de San Antonio, continúa erguida y orgullosa de cada día ser la última en Cuba en despedir el sol.