La revista Bohemia jugó cabeza a los censores. El 2 de agosto de 1953 publicó un fotorreportaje, a partir de imágenes tomadas por Panchito Cano en el Moncada, salvadas por Marta Rojas
1.
¿Qué vamos hacer con los sucesos de Santiago y Bayamo? ¿Qué pasaría si la ciudadanía se entera que unos cuantos civiles nos pusieron en jaque y estuvieron a punto de tomar la segunda fortaleza militar de la Isla?
¿Cómo quedaría el mito de la entereza del régimen, de la unidad monolítica y del clima de concordia que tanto hemos proclamado? ¿El General continuaría siendo el hombre fuerte?
¿Y si se llega a saber que el líder del movimiento es aquel joven abogado que el 14 de marzo de 1952, apenas cuatro días después del golpe en Columbia, había denunciado: «¡Revolución no, zarpazo!» y calificado a los autores como «liberticidas, usurpadores, retrógrados, aventureros sedientos de oro y poder», y desnudado la entraña del General al decir «usted, Batista, que huyó cobardemente cuatro años y politiqueó inútilmente otros tres, se aparece ahora con su tardío, perturbador y venenoso remedio, haciendo trizas la Constitución (…). Todo lo alegado por usted es mentira, cínica justificación, disimulo de lo que es vanidad y no decoro patrio, ambición y no ideal, apetito y no grandeza ciudadana? ¿No será mejor liquidarlo y hasta borrar su nombre, Fidel Alejandro Castro Ruz?».
¿Cómo quedaríamos si trasciende que la mayoría de los muertos en combate del bando de los asaltantes fueron asesinados? ¿O que las condecoraciones que repartimos a los fieles oficiales y soldados no se sustentan en acciones combativas sino en la ciega obediencia a la orden de matar a prisioneros?
¿De qué manera presentar los acontecimientos del 26 de julio de 1953 a la opinión pública para que esta nunca sepa la verdad?
Las respuestas a estas preguntas que rondaron por las mentes de los golpistas del 10 de marzo y sus secuaces se halla en las páginas de los diarios que circularon en Santiago de Cuba y el resto del país en los días sucesivos a los asaltos revolucionarios a los cuarteles Guillermón Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.
Mentiras, manipulaciones, silencios y mordazas.
2.
El lunes 27 de julio, un titular llama la atención en el diario Prensa Universal: «Censura previa a toda la prensa de la República». Debajo un bajante: «Designan censores para periódicos y revistas».
En la primera página, con gruesos caracteres, un cintillo no podía ocultar lo que todos los santiagueros conocían: «ASALTADO MONCADA». A continuación: «Loca aventura de un grupo de jóvenes que intentaron tomar la Fortaleza. Lograron hacerse fuertes en los primeros momentos. Varias bajas sufre el Ejército.
Persecución de fugitivos». Salvo lo de «loca aventura», hubo en esos momentos una aproximación a la verdad. Por ejemplo, al censor se le escaparían tres fotos de asaltantes ultimados. Con el correr de los días, con la aplicación de la censura, la narrativa de ese diario cambiaría por completo.
No faltaba más: Prensa Universal, uno de los tres diarios que circulaban en la capital oriental, era un feudo del coronel Alberto Río Chaviano, jefe de la plaza, aunque nominalmente la dirección estuviera ocupada por Raúl López.
De ahí que el propio día 27, al reflejar las declaraciones que formuló Chaviano en el cuartel pocas horas después del asalto, pusiera énfasis en una infamia: el acuchillamiento de pacientes internados en el hospital Saturnino Lora por parte de los revolucionarios. Río Chaviano dijo: «…armados de cuchillos atacaron sin misericordia a los alistados enfermos». En el parte oficial de ese día, el coronel señaló entre los detenidos a «la doctora Melba Hernández y Haydée Santamaría, vecinas de la Calle 25 no. 164, La Habana», como responsables de haber «impedido que el personal atendiera a los heridos del Ejército y obligándolo a que atendiera a los rebeldes que habían resultado lesionados».
En ocasión del cincuentenario del asalto del Moncada, Marta Rojas, por entonces una joven periodista que visitaba a su familia en Santiago luego de graduarse, fue testigo excepcional de los hechos. Ella relató:
«Hubo más mentiras, insistentemente divulgadas desde el mismo 26 de julio en la conferencia de prensa del Jefe del Regimiento, quien además leería un informe oficial, enviado a Santiago de Cuba, desde La Habana, plagado de injurias y falsedades (…) Se dijo y publicó, oficialmente, que los asaltantes llevaban granadas.
Hubo un chiste al respecto en el transcurso del juicio. El abogado de los asaltantes, doctor Baudilio Castellanos, le preguntó al militar que lo aseveraba, si lo que él vio “volar”, y “alcanzó a tomar en sus manos”, no sería un anón en vez de una granada. Un miembro del Tribunal que gustaba hacer versos y décimas de ocasión comentó “que donde el cabo vio una granada, Baudilio descubrió un anón: cuestión de frutas cambiadas”. Echaron a rodar más falacias, sin desmentidos de ninguna clase, impunemente. Por ejemplo, que entre el grupo de asaltantes había mercenarios, nada menos que indios putumayos (…).
«Desde aquel día afirmaron que los asaltantes, con armas blancas y muy bien armados tocaban en las puertas de familiares de los militares para asesinar a la gente: mentiras crueles, que pueden ser corroboradas en las hemerotecas, y, yo doy fe de ellas, porque, al fin y al cabo, cincuenta años no es nada y lo recuerdo».
El diario Noticias de Hoy, del Partido Socialista Popular, fue clausurado el lunes 27 de julio. Diario de Cuba, otro de los periódicos santiagueros, no pudo publicar información gráfica; la cámara de su fotorreportero Ocaña fue destrozada por un casquito en el Moncada.
En La Habana, la censura se extendió a los diarios El Mundo, Prensa Libre y Pueblo. A los talleres de este último acudió la policía, que destruyó dos linotipos. Cuando su director, Luis Ortega, trató de impedir se consumara el atropello, fue brutalmente golpeado por los agentes de tal modo que hasta el ultraconservador Diario de la Marina pegó el grito en el cielo.
Por cierto, esta publicación, reconocida por su cariz reaccionario, mintió sobre los sucesos de Santiago:
«Manos criminales armadas con los dineros robados a la salud del pueblo y al Tesoro de la nación, penetraron sigilosamente, acuchillando a nuestros soldados apostados en las entradas del campamento y dispararon a quemarropa sus escopetas recortadas sobre el rostro de nuestros confiados hombres».
La revista Bohemia jugó cabeza a lo censores. El 2 de agosto de 1953 publicó un fotorreportaje, a partir de imágenes tomadas por Panchito Cano en el Moncada salvadas por Marta Rojas, que escondió los rollos en los amplios bolsillos de la saya plisada donde los trasladó a la capital. Panchito y ella se pusieron de acuerdo para entregar a los represores las películas sobre el Carnaval. Río Chaviano nunca olvidó el engaño. Un tiempo después, al encontrarse con Marta, le preguntó con sorna: «¿Tú no eres la muchachita que estaba en el Moncada? Te recomiendo que no andes con malas compañías».
El 9 de agosto Bohemia publicó otro material, muy editado y ambiguo y guardó los originales de Marta y las fotos no divulgadas de Panchito. Aunque el 1ro. de noviembre, en la reaparecida sección En Cuba, redactada por la joven reportera, se incluyó una versión de los sucesos, sobre la base de la cobertura de la Causa 37 contra los asaltantes, solo estos reportajes pudieron ver la luz íntegramente en enero de 1959, en las llamadas Ediciones de la Libertad.
3.
Desde un inicio, el régimen trató de vincular a los jóvenes de la Generación del Centenario con intereses ajenos. Los diarios replicaron las declaraciones del jefe del Regimiento oriental en las que afirmó que el mandatario depuesto por Batista, Carlos Prío Socarrás, había financiado con un millón de pesos a los revolucionarios.
Por cierto, en Santiago, uno de los primeros en ser detenido fue José Villa, quien había sido jefe de la Policía hasta la asonada golpista y con un alto sentido del honor se había negado a servir a la satrapía. Villa estuvo a punto de ser asesinado en el Moncada. Le salvó la vida Abel Santamaría que se interpuso ante el esbirro que se disponía a matar a aquel: «Este hombre no es de los nuestros, se lo aseguro, usted lo puede comprobar». Villa había sido arrestado temprano en la mañana del 26 en la puerta de su casa.
Los periódicos reprodujeron la imagen de un distintivo con el mapa del estado norteamericano de la Florida, supuestamente ocupado por los asaltantes. Se trataba de conectar el proyecto revolucionario a políticos desplazados del poder por la tiranía.
Con esa misma intención publicaron facsímiles de cheques de uno de los bancos extranjeros que operaban en la Isla, lo cuales habían sido endosados a nombre de uno de los asaltantes y que en realidad respondían a un encargo laboral en el puesto que desempeñaba. Nada que ver con los fondos de la organización.
Dada su catadura moral, al régimen le costaba admitir que los revolucionarios dependieron de sus propios recursos y esfuerzos.
Quizá el infundio más delirante propalado por la dictadura fue el que atribuyó a los asaltantes la intención de hacerse con lo que llamaríamos hoy un arma de destrucción masiva. El 28 de julio Prensa Universal desplegó el siguiente titular: «Ocupan material de guerra en un barco que llegó de Canadá». Al detallar la supuesta carga incautada precisó: «Miles de guantes usados para ocultar huellas digitales y deflagración de pólvora». Y lo más absurdo: «bursato de cobalto, un material radioactivo de índole atómico».
4.
El 28 de julio el diario Prensa Libre dejó un espacio en blanco de varias pulgadas. Solo en la parte superior, la foto del columnista, Mario Kuchilán Sol. Apenas una inscripción debajo de ella: «Aquí iba Babel». Así se llamaba la columna del periodista; la censura impidió su publicación. A un lado, la dirección del diario quiso dejar constancia de la intromisión de la dictadura; pero solo fue autorizado un párrafo; el resto de la declaración también fue censurado.
Años después, durante un conversatorio con sus colegas de la redacción de Bohemia, en julio de 1975 a propósito de la efeméride moncadista, Kuchilán recordó:
«Mi columna no era tan atrevida como para silenciarla. Yo tenía que cuidarme, pues ya había sido víctima en ese y anteriores gobiernos de represalias. De modo que cuidaba mis expresiones y con mucha cautela trataba de llegar con mis ideas y observaciones a la opinión pública. El director sabía cómo yo pensaba y por esos días me previno. Lo que molestó al censor fue que deslicé que era una falacia hablar de tranquilidad y seguridad cuando las garantías constitucionales estaban suspendidas (…) A los pocos días me tropecé con el censor y me dijo: “Chinito, se te fue la mano. Yo soy buena gente pero si te agarra otro la pasas mal. Cómo se te ocurre cuestionar lo que dijo el General acerca de la normalidad del país. Cómo se te ocurre dejar en blanco la columna. Que sea la última”. Al dejar el espacio vacío nuestra protesta iba en firme y la gente sabía leer entre líneas».
La dictadura tenía miedo. Batista declaró: «Había un plan para matarme». El dictador mostraba su hipocresía: «Soy el primero en deplorar la censura».
5.
La naturaleza criminal del régimen se reveló al difundir, en el diario Ataja, una falsa noticia: «Muerto Fidel Castro». Eso querían, pero en realidad mientras circulaba la información, Fidel todavía no había sido capturado. Fue el sábado primero de agosto que el diario Oriente dio la información verdadera: «Capturado en la mañana Fidel Castro». El libelo Tiempo, del gángster Rolando Masferrer, introdujo una falaz variante al sugerir que se había entregado mansamente a sus captores.
En 1955, luego de ser liberado junto a sus compañeros debido a la enorme presión popular, Fidel publicó en Bohemia –libre temporalmente de la censura- una formidable y estremecedora denuncia de las mentiras y la campaña de desinformación de la tiranía en relación con el 26 de Julio. El pie lo había dado Río Chaviano, quien había reaccionado airadamente a un emplazamiento de la revista para que explicara por qué dos locutores de una emisora santiaguera habían sufrido a manos de los esbirros bajo su mando. La fórmula del atentado era por entonces una práctica común; obligarlos a ingerir una gran cantidad del purgante conocido como palmacristi.
Fidel escribió con pulso firme:
«El pueblo de Oriente conoce toda la historia; el pueblo de Oriente, en la más grande manifestación multitudinaria que se ha contemplado en la región, clamó delirantemente durante horas por los combatientes del Moncada, y el pueblo, señor Chaviano, no clama ni delira por criminales. En cambio ese mismo pueblo que aplaudía a los que fueron a darlo todo por el decoro de Cuba, gritó incesantemente también: “¡Abajo Chaviano!”.
«Pero ya que el señor Chaviano lo ha querido, ya que insiste en repetirlas, voy a decir de una vez por qué se fraguaron contra nosotros aquellas mentiras fantásticas. Está bien claro: para desmeritar el heroísmo, para justificar la bárbara masacre que vino después, para ahogar en el terror y en el fango el idealismo de una juventud que no quiso ni está dispuesta a ser esclava de nadie. (…) Desde las propias prisiones, a pesar de la incomunicación y el rigor, les ganamos la batalla de la verdad. ¿Para qué la censura previa durante noventa días, para qué la Ley de Orden Público, sino para que nunca se supiera la historia verdadera del 26 de julio?
«Es realmente extraordinario que con media docena de publicaciones clandestinas esa verdad se haya impuesto contra todo un aparato de propaganda oficial que con métodos goebbelianos repetía las mismas calumnias. Hoy, sólo alguno que otro tonto interesado (más interesado que tonto) –o un malvado sin conciencia, podría repetirlas. Esta vez, de la calumnia no quedó nada».
En ese propio artículo Fidel también dejó aclarado para siempre lo que aconteció el 1ro. de agosto:
«Menciona el señor Chaviano el hecho de que se respetara la vida del jefe de los revolucionarios cuando se rindió a las fuerzas armadas. Eso no es argumento. Dígase de una vez por todas, porque se ha querido tejer mucha maraña en torno a mi detención, que yo nunca me rendí al Ejército. Después de resistir durante una semana con diecisiete compañeros el cerco de 1 500 hombres, al amanecer del sábado 1 de agosto, encontrándome en unión de José Suárez y Oscar Alcalde, completamente extenuados por el hambre y la sed, una patrulla, al mando del teniente Sarría, nos despertó con los fusiles sobre el pecho.
«Acompañaban a Sarría el cabo Suárez, el soldado Rodríguez, el soldado Batista y varios números más. Ninguno de ellos me reconoció en el primer instante. Cuando algunos miembros de la patrulla se disponían a ultimarnos en pleno campo con las manos atadas a la espalda, el referido militar gritó con formidable energía: “¡No hagan eso, que las ideas no se matan!”.
«Al ver aquel gesto singular, me erguí delante de él y le di mi nombre, informándole mi condición de jefe principal de los combatientes. Por toda respuesta aquel caballeroso militar me rogó que guardara en secreto mi identidad, se constituyó en guardián mío y me condujo directamente al Vivac de Santiago de Cuba donde, enterado el pueblo y la prensa de mi presencia, fue ya imposible asesinarme. Habían transcurrido seis días de los hechos y en el pueblo se levantaba un inmenso clamor contra la matanza sin precedentes de prisioneros.
«Aunque en aquella ocasión guardé discreto silencio sobre las hermosas palabras del teniente Sarría, expresé por la Cadena Oriental de Radio, delante del propio Chaviano y de numerosos militares, la forma en que fui detenido. Toda Cuba lo escuchó.
«Ninguno pudo ni podrá negarlo. La entrevista, publicada por El Crisol, dio lugar a la recogida de la edición del lunes, 3 de agosto de 1953».