Así es la verdadera cubana, una mezcla de amor y sacrificio, de candidez y rebeldía, de dolor y ternura, de entrega e independencia, de sabiduría y humildad.
Esa muchacha que camina como si el mundo fuera suyo, con andar provocativo, botines a media pierna, una minifalda a la misma punta de los glúteos y mucho maquillaje, y que viaja hacia el sinsabor de noches de sexo pagado o de tragos y humo en una confusa discoteca, dista de ser el prototipo de la mujer cubana.
La típica fémina nuestra es esa que marcha en la mañana al trabajo o al estudio, después de levantarse bien temprano y ocuparse del desayuno de su familia y de otros trajines bien hogareños, o sencillamente salir rumbo a la universidad o el pre.
Es la cubana, esa que enfrenta cada día su responsabilidad con empeño, y logra incluso, hasta vencer retos que antes solo estaban reservados para los hombres.
La vemos constructora, chofer, dirigente, científica, maestra, machetera, trabajadora social, médica, abogada… son infinitas sus realizaciones.
No es la «mujer almidonada», de chaqueta y altos tacones, aunque hay excepciones, es más bien sencilla y humilde, pero con mucha cuota de orgullo y de sacrificio, y capaz de demostrar inteligencia y ser creativa en lo que emprenda.
Si de magia se trata se vuelve una artista cada día en la cocina; inventiva y amor acompañan cada uno de los platos que prepara para los suyos.
Mucha historia se puede escribir a partir de su protagonismo durante años. Es la nuestra esa que en cada momento supo ser la primera, que ha enfrentado las carencias materiales y en su lugar ha sabido engrandecer el espíritu de sus hijos.
La misma que a veces multiplica las jornadas, unos dicen que tiene dos, pero son más, si se le suman no solo el trabajo del hogar, sino la atención a los padres ancianos, las tareas de los hijos…, las 24 horas del día a veces no alcanzan.
Coqueta sí suele ser, presumida. Le gusta en alguna etapa de su vida ser el centro de las miradas masculinas, cuando pasean por las calles. Otras son más tímidas y casi pasan inadvertidas.
Así es la verdadera cubana, una mezcla de amor y sacrificio, de candidez y rebeldía, de dolor y ternura, de entrega e independencia, de sabiduría y humildad.
Muchas hazañas, con letra mayúscula, ha enfrentado durante años, varias generaciones recordamos como nuestras madres dejaron de ser esclavas de la cocina para ir por las noches a las escuelas, y se graduaron… y se superaron cada día más y fueron independientes.
Ellas fueron nuestro ejemplo, impusieron poco a poco su valor, muy alejado de relacionarlo con la belleza o con fugaces estrellas y luceros de carnaval.
Esa es la cubana, la que cada día busca «mandados», desafía todos los bloqueos, la que alienta a los hijos para ser mejores, la que pasa la mano por la mejilla y por la cabeza del que está enfermo, la que apoya a su hombre en todo lo del hogar. Esa es, a veces con zapatos cómodos para el trajín y con una ropa más elegante o más sencilla, pero con un corazón grande, rebosante de amor infinito.