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El poder de Fidel

El salto hacia delante, ciertamente, es asunto de pueblos, de clases que se amalgaman para hacer realidad los cambios. Pero de los pueblos, de sus hijos más lúcidos, de los más decididos, de los que con mayor penetración interpretan las ansias populares, surgen los líderes. Del nuestro emergió Fidel y desde su mismo punto de partida, la identidad entre pueblo y vanguardia, necesidad y voluntad de cambio, Fidel fue motor y guía

Los poetas, auténticos, no se equivocan. Los poetas que toman el pulso a los hombres y su tiempo. En medio de la alborada revolucionaria que siguió al descabezamiento de la tiranía, el inicio de las profundas transformaciones que sobrevinieron y el acoso imperial que desde entonces no ha cesado, Manuel Navarro Luna escribió: Yo sé de dónde vienes y quién eres / por el tendido heroico de tu sueño.

Ante la marcha triunfal del Ejército Rebelde, Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, reconoció en versos el liderazgo en el cambio de época: Y esto que las hieles se volvieran miel, se llama… ¡Fidel! Y esto que la ortiga se hiciera clavel, se llama… ¡Fidel! Y esto que la Patria no sea un cuartel, se llama… ¡Fidel!

Cuando el triunfo aún no era cierto, la matancera Carilda, en versos clandestinos, inició su estremecedor canto en décimas con esta llamarada: No voy a nombrar a Oriente / no voy a nombrar la Sierra / no voy  a nombrar la guerra / –penosa luz diferente–, / no voy a nombrar la frente, / la frente sin un cordel, / la frente para el laurel, / la frente de plomo y uvas, / voy a nombrar toda Cuba, / voy a nombrar a Fidel.

Aún antes, su compañero de armas, argentino que hizo suya la causa cubana, Ernesto Guevara, al enrolarse en la expedición del Granma, proclamó: Vámonos / ardiente profeta de la aurora / por recónditos senderos inalámbricos / a liberar el verde caimán que tanto amas.

Un pueblo, como el nuestro, ungido de poesía –poiesis, creación–, «la causa que convierte cualquier cosa que consideremos de no ser a ser», –como dijo Platón– no se equivoca.

El salto hacia delante, ciertamente, es asunto de pueblos, de clases que se amalgaman para hacer realidad los cambios. Pero de los pueblos, de sus hijos más lúcidos, de los más decididos, de los que con mayor penetración interpretan las ansias populares, surgen los líderes. Del nuestro emergió Fidel y desde su mismo punto de partida, la identidad entre pueblo y vanguardia, necesidad y voluntad de cambio, Fidel fue motor y guía.

Y no debe, ni puede, dejar de serlo. Si tan solo fuera por asumir la misión de completar la obra de José Martí y los padres fundadores de la nación, de haber desatado la carga que pedía Rubén, y de hacer factible, por primera vez en nuestra historia, la articulación entre libertad y justicia social, tendríamos que tenerlo presente. Si tan solo fuera por enfrentar, como nunca antes, los desafíos del coloso imperial y sortear exitosamente agresiones, invasiones e intentos de aislamiento, se nos haría imprescindible. Si por haber colocado a Cuba como una fecunda singularidad en el mapa mundial, merecería el más alto de los reconocimientos. Si tomáramos su dimensión mítica, como impulso gigantesco que se funde con la historia, nos asistirá una poderosa razón para su permanencia.

Fidel es lo que fue, pero sobre todo, lo que tendrá que ser. Cuando marchó, los jóvenes, los que no lo conocieron en el trato directo, en la épica acumulada, dijeron: «Yo soy Fidel».

Ser Fidel no puede ser una consigna, sino brújula e inspiración. No basta con citarlo, hay que aprehenderlo y contar con él como fuente, referencia y energía. Comprender que pensamiento y acción se entrelazan dialécticamente, que entrega y voluntad van de la mano, que lo aparentemente imposible tendrá que ser posible, que del sueño a la realidad, y de esta a los nuevos sueños y la conquista de nuevas realidades el proceso es indetenible e inclaudicable.

Tener en cuenta lo que dijo otro poeta, Miguel Barnet: «Fidel rompió el esquema del político tradicional. Devolvió a la política lo que ella es en esencia: un arte para llevar felicidad a los seres humanos».

Al despedir al Comandante en Jefe en Santa Ifigenia el 3 de diciembre de 2016, Raúl recordó las palabras que dijo en la conmemoración moncadista de 1994 en la Isla de la Juventud, ocasión en la que resumió el papel de Fidel al frente del proceso revolucionario desde su gestación hasta aquellos días –parecidos a estos– en los que resistíamos los embates de circunstancias sumamente adversas.

Palabras que hoy cobran absoluta y apremiante vigencia: «Ese es el Fidel invicto que nos convoca con su ejemplo y con la demostración de que ¡sí se pudo, sí se puede y sí se podrá! O sea, que demostró que sí se pudo, sí se puede y sí se podrá superar cualquier obstáculo o turbulencia en nuestro firme empeño de construir el socialismo en Cuba, o lo que es lo mismo, garantizar la independencia y la soberanía de la Patria».  

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