Los Juegos Olímpicos celebrados en París entraron finalmente en la historia con una ceremonia de clausura igual de alegre y luminosa, pero menos recargada de símbolos que la vista sobre el Sena y sus alrededores el día inaugural.
Eso sí, la mezcla de realidad y ficción volvió a estar presente para despedir por tercera vez en la historia los cinco aros y el fuego que simbolizaron la magna cita parisina.
Y en medio de todo ese despliegue se notó la inmensa figura de Mijaín López, el gladiador cubano que aquí hizo historia conquistando su quinta corona olímpica en el estilo clásico. En su inconfundible silueta iba representada toda América, como parte del segmento protocolar.
El Gigante de Herradura -había entrado portando la bandera cubana junto a la canoísta Yarisleidis Cirilo- fue uno de los elegidos para el solemne momento, junto a estrellas universales como el corredor keniano Eliud Kipchoge, la tenimesista china Sun Yingsha, la nadadora australiana Emma McKeon, la boxeadora Cindy Ngamba y el ídolo local, el judoca Teddy Riner.
Ante representantes de las 206 naciones que animaron el certamen multideportivo, el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Thomas Bach, eligió el calificativo de “sensacionales” para catalogar una cita que rompió esquemas y convirtió a muchos sitios icónicos en escenarios de competencias, en los que no faltaron la alegría y las emociones.
Desde una inédita ceremonia de inauguración hasta cada una de las medallas disputadas a los pies de la Torre Eiffel, en la Explanada de los Inválidos o en el Grand Palais… la ciudad y sus habitantes fueron protagonistas de la historia que quisieron contar.
París, que en pocos días acogerá los Juegos Paralímpicos, deja el listón muy alto para Los Ángeles 2028, presente en la ceremonia para recoger el testigo al más estilo hollywoodense. Desde el techo del Estadio de Francia se descolgó el actor Tom Cruise para tomar la bandera que le entregara la alcaldesa de la urbe californiana Karen Bass, escoltada por la espectacular gimnasta Simone Biles.
Luego del audaz traspaso empezó el recorrido para hacer posible la misión de que el espíritu olímpico llegara a su destino. Del otro lado del Atlántico, el nadador local Leon Marchand, ganador de cuatro títulos, llegaba con el fuego recogido del espectacular pebetero que durante días flotó sobre el Jardín de las Tullerías, y que con el soplido de Bach y sus distinguidos acompañantes se extinguió.
Para el cierre quedó reservada la impresionante voz de la francesa Yseult y una lírica versión de My way que inmortalizara Frank Sinatra. Armonía, luces y celebración con la promesa del reencuentro en 2028 para volver a hacer de los Juegos un canto a la paz.