António Guterres, el nombre al frente del concierto de la Naciones Unidas, puso el dedo otra vez sobre graves amenazas: la guerra, el cambio climático, la falta de liderazgo, y dijo justo el adjetivo que define nuestra época: la desigualdad
La contundencia de algunos oradores en la primera jornada de sesiones de la 78 Asamblea General de las Naciones Unidas podría ser como ese algo de oxígeno que se pone a la boca de la esperanza del mundo.
Son tantos los problemas que agobian a la humanidad, y tantos los que los promueven, que oír al menos un discurso de denuncia suma aliento. Sin embargo, sigue siendo más el consenso en la palabra que el consenso en la acción, y los grandes culpables hasta intentan apropiarse del discurso del cambio, para colar en el foro universal sus «buenas intenciones».
António Guterres, el nombre al frente del concierto de la Naciones Unidas, puso el dedo otra vez sobre graves amenazas: la guerra, el cambio climático, la falta de liderazgo, y dijo justo el adjetivo que define nuestra época: la desigualdad.
Lula da Silva, más cáustico, puso plomo en su condena: «La democracia está bajo amenaza, el autoritarismo avanza, las desigualdades aumentan y el discurso de odio cobra auge», y lamentó que es casi nada lo que hacen los gobiernos contra eso.
Como pruebas –y otros las repitieron– mencionó el tratamiento a los inmigrantes, la inversión en armamento, y hasta cuestionó el rol verdadero del Consejo de Seguridad.
Hace rato que la reforma de este órgano es una petición unánime, pero en un sentido distinto al que Estados Unidos quiso enmascarar, aparentando sumarse al coro. Con las mismas palabras del resto (un mundo próspero y equitativo), el presidente Biden propuso la ampliación del Consejo de Seguridad (a su favor, claro, que afiance el derecho al veto), del Fondo Monetario Internacional y de la Organización Mundial del Comercio.
Era su turno en el podio; así que –con permiso– apoyó la intervención en Haití, demonizó a Rusia, equiparó a Israel con Palestina, y prometió cooperar con China por el clima.
¿Puede creérsele al país que más guerras hace, que más drogas consume, que más armas vende por el mundo y en sus calles, que más recursos ajenos usurpa a contrapelo del medioambiente?
La denuncia jamás podrá faltar. Urge que no falte tampoco la acción concertada de los que de verdad representan a sus pueblos. Si estos últimos son más, juntos podrían hacer mucho más.