Cada contemporáneo suyo tuvo un Fidel para sí: el Comandante, el Uno, el Jefe, el Gigante, el Iluminado, epítetos prodigados en el tiempo.
«Fidel es Fidel», dijo Raúl en su día, y lo será. El de la rara facultad, avizorada por el amigo argelino, de viajar al futuro, para luego regresar a contarlo
A los 19 años de edad, con el título de Bachiller en sus manos, en el anuario de los egresados del Colegio de Belén apareció una mención singular, diríase una premonición: «Ha sabido ganarse la admiración y el cariño de todos. Cursará la carrera de Derecho y no dudamos que llenará con páginas brillantes el libro de su vida. Fidel tiene madera y no faltará el artista».
El artista no faltó y, a la vuelta de unos pocos años, Fidel Alejandro Castro Ruz se hizo Fidel. El revolucionario, el político, el combatiente, el intelectual, el heredero de Martí, el militante comunista, el internacionalista, el defensor de toda justa causa, el ser humano más extraordinario nacido en Cuba en el siglo XX.
Fidel es y está. Lo supo y lo saben millones de compatriotas y personas a lo largo y ancho del mundo, y hasta el propio enemigo tuvo que reconocerlo. «Debemos estar seguros de un hecho: Fidel Castro posee esas cualidades indefinibles que le permiten ser un líder de hombres. Independientemente de lo que pensemos de él, será un factor clave en el desarrollo de Cuba. Tiene la potestad del liderazgo».
Esto lo escribió el político estadounidense Richard Nixon, a la sazón vicepresidente, en un informe remitido al entonces mandatario Dwight Eisenhower, en 1959, mientras incubaban los planes de agresión y bloqueo más pérfidos y persistentes que conozca la historia moderna.
Cada contemporáneo suyo tuvo un Fidel para sí: el Comandante, el Uno, el Jefe, el Gigante, el Iluminado, epítetos prodigados en el tiempo.
En la anticipación poética del Che Guevara, al partir juntos en el yate Granma, cuando lo llamó «profeta de la aurora».
En los versos del argentino Juan Gelman: «Dirán exactamente de Fidel / gran conductor el que incendió la historia etcétera / pero el pueblo lo llama el Caballo y es cierto / Fidel montó sobre Fidel un día / se lanzó de cabeza contra el dolor, contra la muerte».
En la sustancia épica del chileno Pablo Neruda: «Fidel, Fidel, los pueblos te agradecen / palabras en acción y hechos que cantan…».
En el son intrépido de Nicolás Guillén: «El pueblo canta, cantó / cantando está el pueblo así / vino Fidel y cumplió / lo que prometió Martí».
Jóvenes que no lo conocieron de modo directo se acercaron luego a él con una frase: Yo soy Fidel. No es consigna que revele pleitesía circunstancial, sino proyección requerida de impulso y fertilización.
«Fidel es Fidel», dijo Raúl en su día, y lo será. El de la rara facultad, avizorada por el amigo argelino, de viajar al futuro, para luego regresar a contarlo. Muchos y uno. Todos y uno. Un pueblo, un país, un camino, una vocación.