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Doctora Dianelis Cala, símbolo de medicina sin fronteras

Acababa de llegar a Sandino con la maleta pequeña y el cansancio grande. No era la primera vez que volvía, pero esta vez el regreso tenía un sabor distinto: era el Día de la Medicina Latinoamericana y ella, la doctora Dianelis Cala, podía celebrarlo en su tierra, después de meses de misión en Sinaloa, México.  

La encontré en la sala de su casa, rodeada de fotos que cuentan más que cualquier expediente clínico: niños sonrientes, ancianos agradecidos, colegas que se hicieron hermanos en la distancia. «Uno nunca se va del todo —me dijo—, porque donde hay un paciente, allí está también tu conciencia».  

Dianelis lleva más de veinte años de experiencia, y cada guardia parece haberle dejado una cicatriz invisible. En Sandino la recordamos por su atención y su buen diagnóstico. En Sinaloa la reconocen por las jornadas interminables en comunidades donde la medicina se mezcla con la esperanza.  

No es fácil. Ella misma lo confiesa: «Hay días en que el cansancio te dobla, en que la carencia te muerde, en que la nostalgia te aprieta. Pero entonces ves a alguien respirar mejor, o levantarse de la cama, y entiendes que todo vale».  

El Día de la Medicina suele llenarse de discursos y flores. Pero en Sandino, este año, la celebración tiene rostro concreto: el de una mujer que ha sabido convertir la bata blanca en bandera. No está sola. A su lado, enfermeras que sostienen la vida con manos firmes, choferes que atraviesan la madrugada con sirenas apagadas, personal de apoyo que limpia pasillos para que la salud no se manche.  

La medicina, aquí, es dilema y es milagro. Dilema porque siempre falta algo: un medicamento, un equipo, un recurso. Milagro porque, pese a todo, la vida se defiende.  

Es imposible dibujar el abrazo que Dianelis recibió al reencontrarse con sus colegas cubanos. Es imposible narrar el silencio que guardó al recordar a los pacientes de Sinaloa. Pero sí se puede reconocer que, en este día, su historia es símbolo de muchas: las de quienes cruzan fronteras para salvar vidas, las de quienes se quedan en su municipio resistiendo cada carencia, las de quienes entienden que la medicina no es solo ciencia, sino también acto de amor.  

Quedará mañana la guardia, el traslado, la urgencia. Quedará la casa por atender, la familia por cuidar, el camino por recorrer. Pero también quedará la certeza de que, mientras haya una doctora como Dianelis Cala, la salud en Sandino y en cualquier rincón de América Latina tendrá quien la defienda.

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