
Cada 2 de abril se conmemora el Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo en aras de ayudar a mejorar la calidad de vida de las personas con esta condición para que puedan llevar una vida plena y significativa como parte integral de la sociedad
Por Tairis Montano Ajete
Cuando crucé el umbral de su hogar, Jany María Silva Ramos y su hijo Javi vestían de azul. Era el silencio el que llenaba el ambiente, un silencio que no era ausencia, sino homenaje. Azul por el Día Mundial del Autismo, azul como una bandera que ondea suave y fuerte al mismo tiempo en esta familia que ha sabido navegar las aguas del autismo.
Jany me ofreció un té mientras, con una mirada llena de matices, comenzaba a contarme su historia.
“Descubrí que mi niño tenía esta condición cuando tenía tres años”, -dijo, acomodándose en el sofá. “Hacía cosas que no correspondían a su edad y, al mismo tiempo, había muchas que no hacía”.
Fue entonces cuando decidió llevar a su hijo al Instituto Internacional Neurológico donde el diagnóstico llegó. “Fue muy duro…”, -admite, mientras su voz se quiebra brevemente.
El autismo no solo cambió su vida, también impactó la dinámica familiar. Jany recuerda que su hija mayor no lo asimiló en un principio. “Fue difícil para ella. Yo, por mi parte, tenía que ser fuerte por los dos”.
Aunque el peso del diagnóstico hizo que pensara por un instante que “el mundo se acababa”, la realidad fue otra: la preparación, la investigación y el amor inquebrantable fueron su respuesta. “No iba a rendirme, tenía que aprender a seguir adelante”.
La vida con Javi presenta retos. “Él no habla, pero socializa. A su manera, él comunica lo que siente: besa, juega, demuestra amor”, señala con una sonrisa suave. Y si bien la cotidianidad viene con dificultades, como su extrema sensibilidad a los ruidos, Jany insiste en que la clave es la comprensión. “Pido que la gente tome conciencia, que no critiquen a los niños por sus comportamientos. Ellos no lo hacen por mal, simplemente están luchando con un mundo que a veces les exige demasiado”.
A sus ocho años, Javi tiene una manera única de expresar su universo. A veces, su manera de conectar es un beso inesperado, el cual Jani describe como “el más puro que he recibido jamás”. Es una lucha, sí, pero también un aprendizaje constante, una lección sobre paciencia, aceptación y ternura.
Con el azul como estandarte, Jani mira al futuro con esperanza. Su mensaje es claro: “Es difícil, pero se puede. Lo importante es educarse, prepararse y darles a estos niños el espacio de amor y entendimiento que necesitan”. Porque aunque el silencio habite su hogar, en esos pequeños gestos de amor se escribe una poderosa historia.
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