Lo mejor del concierto de Gilberto Santa Rosa, aparte de su contagiosa música que reivindicó la fantasía y el poder de la salsa, fue la posibilidad de mirarle a los ojos a decenas de cubanos que iban en retirada después de la descarga de adrenalina que vivieron con las canciones del boricua
Lo mejor del concierto de Gilberto Santa Rosa, aparte de su contagiosa música que reivindicó la fantasía y el poder de la salsa, fue la posibilidad de mirarle a los ojos a decenas de cubanos que iban en retirada después de la descarga de adrenalina que vivieron con las canciones del boricua.
Todos destilaban sudor, alegría y esa reconfortante sensación de quien pudo aliviar la rutina en una noche en la que el cantante y compositor puertorriqueño celebró el lugar de respeto que ocupa en la música popular. «Yo había oído y bailado todas esas canciones, pero no sabía de quién eran. Verdad que el tipo es tremendo músico», comentaba una pareja de jóvenes que le habían puesto esa noche rostro a las canciones que le prendieron fuego en los pies durante tantos años.
Miles de cubanos en el concierto
Como ellos, había una ola creciente de personas, calculadas en decenas de miles, que pudieron disfrutar de uno de sus cantantes de cabecera y sin saberlo mostraron la fisonomía de una sociedad cubana diversa. Ese pueblo recóndito que ha esperado tantos años por ver a varios de sus ídolos musicales, sean del género que sean, y al menos esta noche cumplieron con Santa Rosa y Santa Rosa, qué duda cabe, cumplió con ellos.
Y lo hizo con un concierto en el que en vez de un salsero de estirpe parecía un atleta de alto rendimiento. No importaba que el sudor le corriera por el cuerpo como un aguacero de mayo y tuviera que ir a la esquina para quitárselo de los ojos, de la cara, de la frente, como un boxeador dispuesto.
Gilberto le entraba a las canciones con la energía de quien sale a conquistar el título y las devolvía con esa pasión sonora que radica en los mismos orígenes de la salsa, un movimiento que nació como forma de expresión de las capas más populares y fue creciendo hasta convertirse en un lenguaje universal que exportó América Latina hacia el mundo y tuvo una perfecta rampa de lanzamiento e hibridación en la escena neoyorkina, cuando fijaron su residencia en Estados Unidos varios de los principales exponentes de este género, que ha venido sufriendo transformaciones rítmicas y el duro empuje de otros estilos urbanos que tras el cambio de siglo obligaron a los salseros a dar pelea o reinventarse.
El show de Gilberto Santa Rosa es de primera división. Impecable. Se hace acompañar de su grupo de músicos, todos instrumentistas virtuosos que, con un exacto despliegue rítmico, potencian el alcance de la voz y de esas canciones del boricua que han puesto a bailar a medio mundo.
Santa Rosa agradece la invitación
No fue una sorpresa lo que ocurrió cuando el puertorriqueño arribó al escenario para hacerse dueño de la noche al saludar al público y agradecer a Issac Delgado la invitación para cantar en Cuba.
El músico recordó a Polo Montañez con su veloz versión de Un montón de estrellas, acudió a Lluvia, de su amigo, Adalberto Álvarez, hizo guiños al popular tema Hasta que se seque el Malecón, de Jacob Forever, y repasó un par de estribillos que Issac Delgado pegó en la historia de la escena bailable cubana.
También se mostró agradecido por conocer en este viaje a Giraldo Piloto, el carismático director de la orquesta Klimax, de quien, dijo, solo había escuchado su obra. Ese es otro amigo que ya tengo en Cuba, afirmó el boricua.
«El Caballero de la Salsa» no dejó respirar al público. Engarzó un tema tras otro como si la palabra descanso no estuviera en su diccionario. Tocó las pailas como un experto, acudió en los primeros momentos a Déjate querer, del cubano Donato Poveda –uno de los grandes trovadores del país– y siguió la consumación del ritual bailable con Yo no te pido y Conciencia. Pero cuando llegaron sus clásicos el público era un volcán en erupción. «Gilberto te queremos» le lanzaban desde el medio de un río de gente que no dejó de darle al cuerpo al ritmo de Amor mío no te vayas, Vivir sin ella, No quiero na regalao y Perdóname.
El atleta de alto rendimiento después de casi dos horas tenía para más. Y remató el último tramo con la fuerza de Usain Bolt. La agarro bajando, con la banda a todo tren, fue una de las últimas bazas con que Gilberto calentó una noche ya caliente y puso a reventar el termómetro de las expectativas de los cubanos.
Suma y Resta, uno de sus éxitos
Suma y resta le pedían desde el fondo y el músico sabía que no podía faltar en el repertorio. El tema que grabó con el reguetonero El Micha, radicado en Miami, está encendiendo las listas de éxitos en Estados Unidos y Puerto Rico y cuenta con más de dos millones de visualizaciones en internet, y claro está, no pocos cubanos lo han bailado hasta el cansancio. De ahí que echó mano a otro de sus éxitos en un concierto que mostró como el boricua ha asumido la salsa cómo un elemento vital y como ese género sigue documentando detalladamente la vida en las urbes.
El concierto fue cuesta arriba desde el inicio y no descendió ni cuando el boricua hizo un hueco para darse el gusto de enseñar su afición por los boleros. En la noche hizo continuamente guiños a la música cubana hasta que Issac Delgado irrumpió en el escenario para hacer dúo con Gilberto y seguirlo en el estribillo de Lluvia que puso en evidencia la perfecta comunicación entre ambos cantantes. «Yo subí a decirle a Gilbertico que los cubanos te queremos», dijo Issac y el boricua sabía que para sacarse la emoción de encima tenía que seguir cantando y poniendo caliente el escenario. Por eso también se montó una coreografía con varios de sus músicos que salieron desde el fondo para acompañarlo y completar otro de los momentos que enardeció al público.
40 y contando…
Gilberto Santa Rosa es un artista que se mueve entre la tradición y la modernidad de la salsa. Llegó a Cuba con su gira 40 y contando, pero su actuación fue la de un músico que está en plena forma y ha adquirido la categoría de clásico de la música popular latina. El boricua no sufrió la etapa de declive de una parte de la escena de la salsa durante la mitad de los años 90, marcado por el tránsito de la industria musical hacia géneros que por ese entonces comenzaban a cobrar fuerza como el reguetón, una época que relegó la carrera de varios artistas que defendían la salsa, el son y la música romántica.
Santa Rosa sobrepasó esa etapa con una carrera fortalecida para coronar su nombre junto a leyendas como el Gran Combo de Puerto Rico o La Sonera Ponceña. De hecho el boricua no vino a La Habana a revivir viejas glorias, sino en un momento de su carrera en el que sigue reventando los escenarios en muchas partes del mundo. Y para mejor prueba solo habrá que preguntarle a algunos de los cubanos que gozaron este concierto como solo se puede vivir esa música hecha con elegancia, arresto y una energía que desborda.
Para más méritos, Santa Rosa cerró con un tema antológico de la música cubana, Canto a La Habana, mientras el público inmortalizaba el concierto en sus celulares, porque esa noche, también, muchos querían seguir la fiesta en casa con Gilberto Santa Rosa.