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Lali, la Federación en carne viva

Por Tairis Montano Ajete

Cada mañana, María Eulalia baja los cuatro pisos de su edificio en la Zona B. Lo hace sin quejarse, sin alardes. Lleva una toalla, una botella de agua, y una voluntad que no se nota, pero se siente.

Cruza al parque del círculo de abuelos y comienza sus ejercicios. Estira los brazos, gira el torso, respira. No lo hace por rutina. Lo hace porque el cuerpo también guarda memoria.

Le dicen Lali. No tiene portal, pero tiene historia. No tiene redes sociales, pero tiene voz. Fue profesora de historia, miembro del Contingente Manuel Ascunce, y desde entonces no ha dejado de enseñar. Pero su verdadera lección no está en los libros: está en su forma de estar en el mundo.

La Federación de Mujeres Cubanas (FMC) cumple hoy 65 años. Y si alguien quiere saber qué significa esa organización en Sandino, que mire a Lali.

No por la medalla, -aunque la recibió este año, con discreción- sino por lo que ha hecho durante décadas sin pedir aplausos. Porque mientras otros hablan de equidad, ella la practica. Mientras otros redactan consignas, ella escucha. Mientras otros organizan actos, ella acompaña.

En su bloque de federada, el mismo que comparte con María Josefa Suárez (Tita) no dirige ni interrumpe. Sabe cuándo una mujer necesita hablar y cuándo necesita que no le pregunten nada.

Ha estado en campañas de alfabetización, en redes de cuidado, en iniciativas comunitarias que no salen en los periódicos pero sostienen la vida.

La FMC para Lali no es una estructura. Es una forma de estar. Una red de afectos. Una ética silenciosa. Ella no habla de Vilma Espín como figura histórica. Habla de Vilma como brújula, como método, como presencia.

Este 23 de agosto, mientras se celebran discursos y se entregan reconocimientos, Lali baja las escaleras, cruza el parque, y hace sus ejercicios. No espera homenajes. No los necesita. Porque ella es el homenaje. Porque en cada mujer que aprendió a leer gracias a ella, en cada joven que entendió que la historia no es pasado sino herramienta, está su huella.

Tiene una libreta donde anota cosas que no quiere olvidar. Nombres, frases, fechas. A veces deja páginas en blanco. “Hay cosas que no se escriben”, -dice, “se viven”.

Y eso hace. Vive como quien sabe que la FMC no es una fecha. Es una forma de caminar, de sostener, de transformar.

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