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Jimaguayú, el último legado de Agramonte

Día nefasto y doloroso para la Patria el 11 de mayo de 1873. Hace 150 años caía en combate, en el potrero de Jimaguayú, a unos 40 kilómetros de la ciudad de Camagüey, el mayor general del Ejército Libertador Ignacio Agramonte Loynaz, sin haber cumplido los 32 años de edad

Día nefasto y doloroso para la Patria el 11 de mayo de 1873. Hace 150 años caía en combate, en el potrero de Jimaguayú, a unos 40 kilómetros de la ciudad de Camagüey, el mayor general del Ejército Libertador Ignacio Agramonte Loynaz, sin haber cumplido los 32 años de edad.

Agramonte había consolidado su grandeza por su carácter recto y justiciero; la corrección y decencia en todos los actos; su inteligencia, perspicacia e ilustración; su valor incomparable y el ejemplo que siempre fue para la tropa.

Al reasumir la jefatura del Camagüey en enero de 1871 (había renunciado en abril del año anterior), se dedicó en cuerpo y alma a la lucha contra España, para lo cual era imprescindible levantar el espíritu revolucionario de la demarcación.

En su proclama a sus coterráneos, fue terminante en su afirmación: «Muy pronto nuestras indomables legiones asombrarán al tirano y demostrarán una vez más que un pueblo amigo de la libertad y decidido a arrostrar todo para tenerla, alcanza siempre el laurel inmarchitable de la victoria».

Despojado de todo lastre que pudiera estorbar su recia figura, la reiteración de sus triunfos era motivo de elogios, de ahí que  el propio presidente Céspedes dispusiera, en mayo de 1872, su nombramiento para el mando supremo de Las Villas, sin dejar el de su tierra natal.

A comienzos de 1873, el héroe mambí propuso un plan de invasión a occidente, y mientras esperaba por la autorización oficial, sometió a fuerte hostigamiento a las tropas españolas en los llanos camagüeyanos.

Buey Sabana, Curana, Sao de Lázaro, Ciego Najasa, Soledad de Pacheco, Aguará… Después de esas acciones victoriosas al mando de su legendaria caballería, el 7 de mayo de 1873 asestó un duro revés al enemigo que defendía el fuerte Molina, seguido de un golpe demoledor en el combate de Cocal del Olimpo.

Tamaño desastre incentivó en las tropas españolas las ansias de revancha. Para lograrlo, el brigadier Valeriano Weyler, a la sazón jefe interino del Departamento Central, ordenó que saliera a operaciones una poderosa columna de unos mil efectivos, al frente de la cual marchó el teniente coronel José Rodríguez de León.

Al tanto, de inmediato, de la cercana presencia del enemigo y sus propósitos, Agramonte decidió aceptar enfrentarlo, cuando estaba en condiciones de esquivarla y continuar sus planes operativos de consolidar la lucha en el centro.

Al amanecer del 11 de mayo de 1873 ya todo estaba dispuesto en Jimaguayú. El propio Agramonte se encargó de ubicar las tropas sobre el terreno, comunicar sus órdenes, comprobar su cumplimiento y rectificar una que otra posición, aun en medio del fuego de ambas partes.

En esos menesteres se encontraba El Mayor, acompañado de un ayudante y de una pequeña escolta, cuando fue blanco de uno de los disparos de la descarga que, casi a quemarropa, le hicieron tiradores de una compañía enemiga oculta entre la maleza.

Al ser derribado para siempre de su caballo Ballestilla, perdía la Revolución a uno de sus más preclaros y fieles combatientes, quien mucho prometía aún por sus probadas cualidades como estratega militar y jefe capaz, su intrepidez y ejemplo inigualable.

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