Fidel nos acostumbró a adelantarnos a los acontecimientos y, al mismo tiempo, a encontrar soluciones creativas y perdurables frente a la muralla que representaban los más complejos obstáculos, una virtud que supo cultivar desde los tiempos de la Sierra Maestra
Cuando Fidel Castro se paró sobre el lomo de aquel anfibio, que en medio de la crecida parecía más una hoja de guásima que un vehículo militar, lo que realmente creyó tener frente a sus ojos fue el mismísimo río Amazonas, que se desbocaba hacia el golfo del Guacanayabo.
El ciclón Flora había hecho un lazo sobre las actuales provincias de Las Tunas, Granma, Holguín y Camagüey, con una evolución errática en la cual las intensas lluvias asociadas al organismo, más que los vientos, terminaron tragándose la extensa llanura del Cauto y, con ella, la vida de unas 2 000 personas; destruyeron 4 000 caballerías de arroz, miles de viviendas y la infraestructura vial de toda una región.
Hasta Valentina Tereshkova, la primera mujer cosmonauta del mundo, casualmente de visita en Cuba, se ofreció para ayudar en el rescate de las poblaciones inundadas, una labor que encabezó Fidel en persona, quien movilizó a los mejores pilotos del país y ordenó hacer hasta lo imposible con tal de salvar a aquellos campesinos humildísimos, como los de Pinalito, que trabajaban una parte del año en la zafra de la caña y la otra en la del café.
Dicen que, con esa luz larga que siempre habrá que ponderar, antes de que terminara la epopeya acuática del Flora mandó a buscar al Comandante Faustino Pérez, y allí mismo, sobre el capó de un jeep verde olivo y con mapa de por medio, quedaron esbozadas muchas de las ideas de lo que luego sería el programa de la voluntad hidráulica en el país, desde entonces convertido en una suerte de obsesión para Fidel.
De lo vivido y lo sufrido en la llanura del Cauto, cuando nuestros pilotos de helicópteros violaron todas las normas de la navegación aérea para recoger a la gente que pedía ayuda sobre el techo de los bohíos, el Comandante en Jefe comprendió también la importancia de contar con un sistema de Defensa Civil que permitiera prever y tomar decisiones a tiempo, de modo que la vida de las personas y la preservación de los recursos materiales no quedaran a merced de la improvisación.
No se puede afirmar categóricamente que el programa de la voluntad hidráulica y el sistema de la Defensa Civil del país sean hijos exclusivos de las aguas del Flora –ambos proyectos continuaron enriqueciéndose con las nuevas experiencias y el día a día–, pero el mismo Fidel reconoció más de una vez que aquel huracán, considerado una de las mayores catástrofes que hayan azotado al país, marcó un antes y un después en la manera de lidiar con la naturaleza.
UN LÍDER INNOVADOR
El episodio de octubre de 1963 no fue exclusivo; a lo largo de más de medio siglo, Fidel nos acostumbró a adelantarnos a los acontecimientos y, al mismo tiempo, a encontrar soluciones creativas y perdurables frente a la muralla que representaban los más complejos obstáculos, una virtud que supo cultivar desde los tiempos de la Sierra Maestra.
El Che Guevara y varios analistas lo describen como un jefe creativo, el guerrillero que ante el asedio de un enemigo muy superior aprendió a defenderse atacando, a no dormir dos noches en la misma posición para no regalar demasiadas pistas a sus rivales, a combinar la lucha de las montañas con la resistencia de las ciudades, a abrir nuevos frentes llegado el momento de expandir la guerra, o a saber usar cada hombre y cada recurso donde más necesario resultara.
Con esa misma filosofía condujo los destinos del país, libró contiendas internacionales, se ganó la admiración del tercer mundo y de las fuerzas progresistas del planeta, y enfrentó las más difíciles circunstancias como Jefe de Estado, desde una invasión mercenaria y una crisis nuclear, hasta más de 600 intentos de asesinato, la caída del campo socialista o la desintegración de la Unión Soviética.
Cuando los enemigos históricos de la Revolución pretendieron impedir un gesto tan humano como la Campaña de Alfabetización, Fidel Castro creó los batallones de milicias y peinó el Escambray; cuando las compañías norteamericanas se negaron a procesar el petróleo soviético, nacionalizó todas las plantas refinadoras existentes en el país, y cuando años más tarde agentes enemigos introdujeron el dengue hemorrágico, comandó una cruzada sanitaria contundente y creó las terapias pediátricas, antecedente directo del sistema de cuidados intensivos que hoy existe en todas las provincias.
Fidel nos enseñó a no responder con paños tibios, con titubeos o con parches, sino con decisiones proporcionales a la envergadura del momento, muchas veces mesuradas, como dicta la política –«Cuba está contra el terrorismo y contra la guerra», le respondió a Bush (hijo) en aquella histórica proclama–, y también muchas veces radicales, como la medida salomónica de devolver a los secuestradores de naves aéreas, única solución frente a la crisis creada en los vuelos entre Cuba y Estados Unidos, o como la de personarse en las calles de La Habana en medio de los sucesos violentos del 5 de agosto de 1994.
Frente al dogmatismo que se expresaba en otros países socialistas, Fidel creó el Poder Popular, un sistema de participación innovador que comienza y termina en el pueblo; frente a los intentos de vulnerar nuestro espacio radioeléctrico, levantó una «cortina de acero» que dejó en ridículo la llamada Radio y Televisión Martí, y frente a la proclamación del «fin de la historia», la proliferación de la mentira neoliberal, la bazofia ideológica, el mal gusto y la indecencia globalizada, nos convocó a formar una cultura general integral, que nos salvaría de todos esos pecados, quizá la deuda más urgente que tenemos hoy con su memoria.
EL GOLPE MÁS DURO
La imagen de aquel grupo de universitarios, a mediados de los años 80 del pasado siglo, preparándose una tortilla de merienda en el fondo de la misma trinchera que cavaban, a las dos de la madrugada, en la Loma de Quintero, en Santiago de Cuba, pudiera parecer más un episodio de realismo mágico que un aporte concreto a la defensa del país, cuando todavía el campo socialista y la Unión Soviética parecían inamovibles.
En Cuba, sin embargo, dos personas –Fidel y Raúl– conocían que, ante una hipotética intervención militar a la Isla por parte del Gobierno de Estados Unidos, en ese momento bajo la presidencia de Ronald Reagan (1981-1989), la Unión Soviética mostraría su desacuerdo, protestaría enérgicamente en la onu, pero no se involucraría de manera directa en un conflicto armado a miles de kilómetros de su territorio.
Fidel Castro, que ya para entonces estaba curado de espanto –había tenido desencuentros con los soviéticos en el manejo político de la Crisis de los Misiles y también en la concepción militar de la campaña de Angola–, apostó entonces por la doctrina de la Guerra de todo el pueblo, una propuesta que rompía con la estrategia defensiva tradicional y asignaba una misión concreta para los millones de cubanos que estuvieran dispuestos a defender su Revolución.
No fue lo peor: años más tarde asistió a la desintegración del bloque socialista del Este europeo (1989), lo que calificó como el «desmerengamiento» de la urss (1991), un golpe que pareció mortal para Cuba, que en menos de 18 meses perdió el 35 % de su Producto Interno Bruto.
Para entonces, como mismo hoy, el oportunismo y el odio contra la Revolución se pusieron a la orden del día; el Congreso estadounidense suscribió la polémica Ley Torricelli (1992), otra vuelta de tuerca en la escalada del bloqueo –ni la primera ni la última–; en Miami mucha gente hizo las maletas, e incluso un vocero rabioso, de los que siempre abundan en la Florida, Agustín Tamargo, solicitó tres días de licencia para matar en el archipiélago.
Entrenado en el arte del contrataque, Fidel Castro desechó las propuestas de rendición llegadas hasta de algunos «amigos», y confió una vez más en esa capacidad de resiliencia de los cubanos para salir a flote hasta en las circunstancias más adversas.
De aquel lance salieron el fortalecimiento de la infraestructura turística del país, con extensiones hasta los cayos vírgenes que circundan la isla grande, y nuevos conceptos en la comercialización de nuestro producto; el desarrollo de la industria biotecnológica, orgullo para una nación del Sur, pobre y subdesarrollada, y la exportación de servicios, una fortaleza que se afinca en el capital humano formado a lo largo de 60 años.
Es, justamente, la misma «resistencia creativa» a la que está apelando el Primer Secretario del Partido y Presidente Miguel Díaz-Canel, para sacar adelante al país, acaso en una crecida tan compleja como aquella de octubre de 1963, cuando Fidel creyó que el Amazonas estaba corriendo por la garganta de Oriente.