Amanece, es un día lindo pero a diferencia de otros, las calles están vacías, el silencio se apodera de todos los rincones de nuestra ciudad.
Amanece, es un día lindo pero a diferencia de otros, las calles están vacías, el silencio se apodera de todos los rincones de nuestra ciudad. Los transeúntes que se encuentran en la vía pública como dijera mi vecinita parecen cirujanos, con esas mascarillas.
En las escuelas no se escuchan las risas de los niños. No se les ve en los parques, ni en los estadios. Las pelotas están en un rincón de la casa, junto a los bates y carriolas. Los papalotes no surcan los cielos. Se les ve frente a la televisión lápiz en mano, rodeados de libros y cuadernos.
A las 11 de la mañana la familia se reúne para visionar la conferencia de prensa donde se da a conocer la situación epidemiológica del país. Es un momento de tensión donde hacemos gala de nuestro espíritu de solidaridad y nos preocupamos por la salud de personas que ni siquiera conocemos y libran día a día, una batalla por la vida.
Los besos, los abrazos, las salidas con amigos se han convertido en una utopía.
Las tardes aunque soleadas, son tristes, hasta los kioscos para la copia del paquete están vacíos; los jóvenes abandonaron los altos del centro comercial.
El silencio continúa reinando en cada uno de los rincones de este extremo más occidental de Cuba.
A las nueve de la noche el sonido de los aplausos rompe la quietud y el silencio. Niños, adolescentes, jóvenes, ancianos todos salen a los balcones, a las ventanas, nadie quiere quedarse sin aplaudir, una acción que lleva implícito el agradecimiento de un pueblo a todos los profesionales de la salud que están luchando en nuestro país y fuera de nuestras fronteras para hacer frente al nuevo coronavirus, que ha cobrado la vida de miles de personas en el mundo.
Neylín Zambrana Roque