El paso indetenible del tiempo deja atrás lo jovial de una sonrisa.Cuando un anciano habla, el alma descansa, confía, sonreiría si tuviera labios.
El paso indetenible del tiempo deja atrás lo jovial de una sonrisa y la lozanía de cualquier rostro.
Ante la marcha arrolladora del calendario, las canas revelan lo excelso de los años y tras el llamado de abuela o abuelo, el mensaje casi silencioso de que ha llegado otra etapa de la vida, conmueve.
Llegar a ser un adulto mayor constituye un enorme desafío y aunque en Cuba la esperanza de vida al nacer supera los 75 años, arribar a ellos en la vida práctica, convierte a muchos en titanes.
Ser aquí una persona de la tercera edad no resulta cosa difícil, pues el estado cubano abre brechas a este grupo etáreo, para que no se deje vencer por los obstáculos que el propio deshojar del almanaque, implica.
El paso lento y tardío, el temblor de sus manos que en ocasiones destaca un estado de aflicción inexplicable, la mirada sin brillo juvenil, y una voz trémula que aunque angosta, aconseja y orienta, conforman el camino de los que pueden considerarse guardianes de la vida y el ensueño.
Pero, ante la quiebra de vitalidad y fiereza, su mano experta y ducha en los quehaceres y afanes, los ubica como maestros en la escuela de la existencia. Incitan de solo verlos al combate, son precursores de la voluntad y el empeño, guías de quienes en el mañana podrán contar con el privilegio de ser como ellos.
Mirarlos engendra poesía, hace sentir al mayor de los insensibles, da la magnitud de una lucha incansable por la vida.
Hoy cuando cerca de 600 millones de personas en el mundo son mayores de 60 años, cuando se habla de que para el 2050, 2 mil millones en el planeta pertenecerán a este grupo, nos acercamos, sin dudas, a un orbe envejecido.
El reto no estará entonces solo en esos grupos poblaciones que irremediablemente tendrán que crecerse ante lo indomable del tiempo, estará también en la sociedad toda que deberá abrigarlos como a niños con arrugas en el rostro.
Los de Cuba, saben que pueden contar con un sistema de seguridad social y de salud que jamás los dejará al albedrío del poeta, con atenciones familiares aunque estén lejos de sus parientes o ya no existan. Y es que así somos en esta tierra, una gran familia dotada de un humanismo que nos agiganta y nos convierte en paradigmas de amor y ayuda al prójimo.
Cuando un anciano habla, el alma descansa, confía, sonreiría si tuviera labios. Ojalá y en este día tan especial, este precepto martiano invada el corazón de esos que desprovistos de ternura, asumen posiciones nada reconfortantes como si tuviesen la certeza de jamás llegar a viejos.