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Ramón Ramos, el que convirtió clavos en arte

Crónica a Ramón Ramos Prieto, director de Cultura en Sandino, en la Jornada de la Cultura 

Por Tairis Montano Ajete

Cuando Ramón Ramos Prieto llegó a Sandino, no traía títulos ni medallas. Traía un martillo, una caja de clavos y la dignidad de los que saben que el trabajo no humilla. Era zapatero. De esos que arreglan lo que otros desechan. Venía de Las Martinas, tierra de surcos y silencio, donde la cultura no se enseña, se respira.

En aquel entonces nadie imaginaba que ese hombre de manos curtidas por el cuero y el polvo terminaría siendo director municipal de Cultura. Pero Ramón no vino a quedarse en el oficio. Vino a superarse. Y lo hizo. Estudió Licenciatura en Estudios Socioculturales, y con cada clase, con cada libro, con cada madrugada de estudio fue construyendo algo más grande que un currículum: una misión.

Antes de dirigir, escuchó. Antes de organizar, aprendió. Fue productor de televisión, trabajador de la radio, gestor de eventos, defensor de la identidad local. En cada medio, dejó huella. No buscaba fama. Buscaba sentido. Y lo encontró en la cultura: ese tejido invisible que une a los pueblos, que da nombre a lo que parecía olvidado.

Pero hay algo más. Algo que lo atraviesa como raíz profunda: su amor por la historia. Ramón no solo organiza actos. Investiga, documenta, preserva. Es miembro activo de la Unión de Historiadores de Cuba, y desde ese espacio ha defendido la memoria de Sandino como quien defiende su casa. Con rigor, con respeto, con pasión. Porque sabe que sin historia, no hay identidad. Y sin identidad, no hay cultura.

Este agosto, Sandino le dedica su Semana de la Cultura. Y no es un gesto simbólico. Es un acto de memoria. Porque Ramón ha sido el que sostuvo la llama cuando el viento soplaba fuerte, el que organizó conciertos en medio de apagones, el que defendió la Jornada de Etnología Campesina como quien defiende a su madre. El que dijo: «La cultura no es lujo, es raíz.»

En su oficina hay papeles, sí. Pero también hay tierra. Tierra simbólica. Tierra de Las Martinas. Porque él no ha dejado de ser ese hombre que llegó con un martillo. Solo que ahora construye desde otro lugar: desde la palabra, desde el gesto, desde la memoria.

Herminia y Gisela dicen que «Ramón no se olvida de dónde viene».  Yariel lo llama «el que me enseñó a creer en lo que hago». El técnico de sonido recuerda que, cuando todo fallaba, él decía: «Vamos a hacerlo igual». Y lo hacían. Porque su fe en la cultura es más fuerte que cualquier obstáculo.

En la ceremonia, Ramón no habla mucho. Agradece. Abraza. Se queda hasta el final. Y cuando todos se van, él sigue ahí, como si supiera que la cultura no se celebra, se cultiva.

Y mientras se aleja, uno piensa que hay hombres que no necesitan estatuas. Les basta con que su pueblo los recuerde. Y Sandino, este agosto, lo recuerda con música, con tierra, con verdad.

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