
Al cumplirse este 4 de agosto el 149 aniversario de la muerte del general independentista Henry Reeve, cuyo nombre honra la brigada médica internacionalista cubana, la historia de la Dra. Iraisy Moreno González encarna ese legado de solidaridad médica sin fronteras
Por Tairis Montano Ajete
Desde joven, Iraisy Moreno González supo que su destino era sanar. Graduada en medicina, no tardó en alistarse en una misión que trascendía fronteras y barreras, llevando esperanza y cuidado a los rincones más remotos del mundo. Como orgullosa integrante de la Brigada Henry Reeve, su camino ha sido un homenaje a la solidaridad, al compromiso y a la resiliencia.
Su primera experiencia internacional la llevó hasta Pakistán, donde un devastador terremoto había dejado a miles de personas necesitadas de atención. En aquel paisaje cubierto por nieve y moldeado por culturas tan diferentes a la suya, Iraisy se enfrentó a temperaturas extremas y al desafío de comunicarse en un idioma que no conocía. Sin embargo, no hubo barrera que su empatía y dedicación no pudieran superar. Día tras día, junto a su equipo, llevó alivio a quienes más lo necesitaban y, a cambio, recibió el cariño y la gratitud de un pueblo que nunca olvidará su esfuerzo.
Tras su regreso a Cuba, el compromiso de Iraisy no disminuyó. Apenas un mes después, se embarcó en una nueva misión, esta vez en Bolivia, donde las inundaciones habían dejado a comunidades enteras desprotegidas. Lo que comenzó como una misión temporal se convirtió en 30 meses de aprendizaje, amistades y crecimiento personal. Allí, se encontró inmersa en una cultura diferente, donde cada día representaba un nuevo desafío y una nueva oportunidad para perfeccionar su vocación.
«En Bolivia aprendí no solo sobre medicina, sino también sobre la vida misma», -recuerda la galena. «Ver otras realidades, aprender nuevos idiomas y entender otras costumbres me hizo valorar aún más lo que tenemos y, sobre todo, me enseñó a ser agradecida.»
Hoy, la Dra. Iraisy Moreno González el reflejo vivo de lo que significa ser parte de la Brigada Henry Reeve: una profesional que no solo cura heridas físicas, sino que también construye puentes de comprensión y humanidad. Su historia, como la de tantos otros integrantes de este ejército de batas blancas, es un testimonio de que la solidaridad no tiene fronteras y que el amor por la vida es el mejor motor para cambiar el mundo.