
Por Raisa Díaz Miranda
Manos delicadas y seguras, propias de una mujer. En ellas puede apreciarse la elegancia y presunción. ¿Dónde está la feminidad? No en la suavidad del dorso, del palmo, más bien en una ruda textura que muestra años de abrumadora labor.
En estos tiempos la mujer perpetúa su estirpe y como bruma alboroza, hace de sus manos el sostén seguro de su perentorio hogar. La presteza la acompaña cuando junto al carbón, oro negro apegado a su piel, apacigua contiendas entre calderos, olores y sabores.
Las manos de una mujer apretujan sin descuido, y entre cenizas y leños amortiguan necesidades y penurias con desenfado y amor.
Manos virtuosas, propias de una mujer. Magia perentoria que atisba y amortaja escaseces y conjeturas, ensalzando deseos. Ella las muestra sin reparos, altanería o desasosiego porque su porte vibra para complacer a los suyos.
Las manos de una mujer brillan más cuando termina el día, cuando recoge sonrisas y placeres. Cuando aletargada en el tiempo cumple su misión familiar, así mezcla constancia y feminidad, delicadeza y satisfacción. Las manos de una mujer, de una mujer cubana, dicen mucho, solo vale apreciarlas con agradecimiento y amor.





