
El amor de una madre desafía el tiempo, manteniéndose intacto en cada gesto de entrega, fortaleza y esperanza infinita
Por Tairis Montano Ajete
El tiempo no ha logrado vencerla. Se refleja en sus manos, en las arrugas que marcan su rostro, en la lentitud con la que ahora recorre la casa que antes organizaba sin esfuerzo. Pero si algo ha demostrado, es que el tiempo podrá cambiar muchas cosas, menos su amor.
Ha visto a sus hijos crecer, tomar caminos distintos, enfrentarse al mundo con la certeza de que, pase lo que pase, ella sigue ahí. Aunque los años la han vuelto más frágil, su esencia sigue intacta. Todavía se levanta antes que todos, todavía sabe exactamente qué decir cuando las palabras parecen agotarse, todavía tiene la mirada que calma cualquier tormenta.
La vida no ha sido fácil. Han habido días de sacrificio, de luchas silenciosas, de obstáculos que parecían imposibles de superar. Pero ella nunca ha permitido que la incertidumbre le robe la esperanza.
Hoy, en el Día de las Madres, sus hijos la rodean con gratitud, le toman las manos con el respeto de quien sabe que esas mismas manos construyeron cada pedazo de su historia. Porque más allá del tiempo, más allá de los cambios, hay algo que sigue intacto: su amor, su fortaleza, su eterna capacidad de dar sin esperar nada a cambio.
A todas las madres que han desafiado el tiempo, a todas las que siguen siendo el pilar de sus familias, a todas las que han demostrado que la maternidad no es solo un acto de crianza, sino de amor infinito, va este homenaje. Porque si hay algo que nunca envejece, es el latido de su corazón.