
Por Tairis Montano Ajete
Las calles amanecieron distintas aquella mañana. Desde temprano, el murmullo de conversaciones y el sonido rítmico de los tambores anunciaban lo que estaba por venir.
Como cada año, el Primero de Mayo no es solo una fecha en el calendario, sino una oportunidad para celebrar el esfuerzo, el sacrificio y la unidad de quienes cada día construyen el país con sus manos y su corazón.
Caminé entre la multitud, sorteando banderas y pancartas con frases que reafirmaban el compromiso del pueblo con su historia. Un grupo de trabajadores de la salud se detenía para acomodar sus batas blancas antes de iniciar la marcha. “Hoy es un día especial”, me decía una enfermera con una sonrisa, mientras ajustaba su cofia. “Es cuando sentimos más fuerte el orgullo de lo que hacemos”.
A medida que avanzaba el desfile, los colores de las banderas ondeaban como un mar en movimiento, y las voces se unían en cánticos que resonaban en las calles de Sandino. No eran solo consignas; eran declaraciones de identidad, de resistencia y esperanza.
Entre los participantes, un anciano avanzaba con paso firme, sosteniendo con orgullo una pancarta. Le pregunté por qué seguía marchando año tras año, sin faltar. “Porque este es mi país, porque luchamos por él y porque aquí están mis hijos y mis nietos”, respondió, con los ojos brillantes de emoción.
El sol seguía su recorrido sobre nuestras cabezas cuando la marcha se acercaba a su fin. Los trabajadores regresaban a sus casas con el mismo entusiasmo con el que habían llegado, sabiendo que cada paso que dieron en la avenida era un mensaje al mundo: aquí estamos, seguimos adelante.
En Sandino, el Primero de Mayo no es solo una fecha, es una historia que se escribe con cada desfile, con cada bandera que ondea y con cada voz que se une para recordar que el trabajo no es solo un deber, sino un legado.
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