Villa Bolívar, donde también nací

Por Tairis Montano Ajete
La historia oficial dice que Villa Bolívar se fundó el 21 de agosto de 2005 en Sandino, Pinar del Río, como parte de un proyecto de solidaridad entre Cuba y Venezuela. Que Fidel Castro y Hugo Chávez estuvieron allí, en la Plaza Simón Bolívar, durante la edición 231 del programa televisivo Aló Presidente. Que se celebraba la operación 50 mil de Operación Milagro. Que se entregaron casas a 150 familias damnificadas por eventos hidrometeorológicos.
Todo eso es cierto. Pero no basta. Porque hay otra historia, la que no está en los archivos, la que se escribe con escobas, con cortinas colgadas donde antes hubo viento, con palomas que vuelan desde una casa cualquiera. La historia que viví, la que me parió.
Yo estaba en la plaza. Vi a Fidel. Vi a Chávez. Vi la emoción colectiva, el temblor en las manos, el silencio que precede a los aplausos. Pero mi casa, la 127, también estaba viva. Allí estaban mi madre y mi hijo. No fueron al acto. Tenían otra misión: observar cómo las palomas participaban en la ceremonia militar. Desde allí se organizó su vuelo. Fue su forma de estar. Fue nuestra forma de ser parte.
Mi padre, Pedro Montano Cueto, fue el primer barrendero de la Villa. No tenía cargo ni uniforme. Tenía escoba, dignidad y constancia. Lo vi salir cada mañana, saludar a todos, cuidar cada rincón como si fuera suyo. Y lo era.
«Aquí no había nada. Solo polvo y promesa», me dijo una vez. «Y yo barría ese polvo como si fuera historia. Porque sabía que algún día tú ibas a contarla.»
Y aquí estoy. Contándola.
Vi a Mileidy, profesora, parir a sus hijos en la Villa. Vi a Odalis Travieso, profesora de cultura física y natación, enseñar a moverse, a resistir. Vi a Elidia, doctora, curar con ternura y firmeza. Vi a Hanser Medina nacer: el primer niño de la Villa. Su nacimiento fue más que biológico, fue fundacional.
Fui testigo de cosas hermosas. De gestos mínimos que sostienen el mundo. De una taza prestada. De una mano que ayuda a cargar bloques. De una mirada que dice: «aquí estamos.»
Villa Bolívar no es solo un reparto, es un relato. Es el lugar donde yo también nací, no como bebé, sino como mujer, como periodista, como hija. Donde aprendí que fundar no es poner ladrillos, sino sembrar vínculos. Que la memoria no está en los archivos, sino en los portales donde la gente sigue saludando.
Hoy, veinte años después, Pedro ya no vive aquí. Pero su nombre sigue presente. Porque hay fundadores que no aparecen en los papeles, pero sí en el alma colectiva. Y yo sigo escribiendo. Porque contar esta historia es también barrer el olvido. Porque aquí, en esta tierra, aprendí que fundar es amar; y que hay lugares que no se habitan, se sienten.
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