Verano sin estridencias

Por Tairis Montano Ajete 

Hay veranos que suenan como una canción de Silvio en la radio de pilas. Otros, como un reguetón a todo volumen a las dos de la tarde, cuando el apagón ya lleva tres horas y el calor se pega al cuerpo como una segunda piel. Este 2025, en Sandino, el verano no será de grandes escenarios ni de fiestas con luces. Será, más bien, un verano de resistencia suave, de creatividad doméstica, de inventiva sin recursos.

Los niños salen de la escuela con la mochila más liviana y la cabeza llena de planes. Pero los padres saben que no hay muchas opciones: el combustible escasea, los apagones son rutina, y las actividades recreativas, aunque anunciadas, no alcanzan para todos. Entonces, ¿cómo se construye un verano sin caer en la estridencia, sin que la frustración se convierta en ruido, basura o desorden?

La respuesta no está en un plan estatal ni en una cartelera cultural. Está en los gestos mínimos: en la madre que organiza una tarde de cuentos en el portal, en el joven que baja el volumen de su bocina para no despertar al vecino enfermo, en el abuelo que enseña a jugar a las bolas como se hacía antes, cuando no había pantallas ni corriente.

Porque las indisciplinas sociales no nacen del verano. Nacen del olvido de que vivimos juntos. De la idea equivocada de que divertirse es sinónimo de invadir, de que descansar es dejar de pensar en el otro. Y no. El descanso verdadero es el que no molesta. La alegría auténtica es la que no deja huella de basura ni gritos.

Este verano no será fácil. Pero puede ser hermoso. Si entendemos que la cultura no es solo un espectáculo, sino una forma de estar en el mundo. Si recordamos que el civismo también es una forma de ternura. Y que, incluso sin corriente, la luz puede venir de adentro.

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